ESE FUEGUITO DE ESPERANZA

Sobre Ana María Loli Ponce, poeta desaparecida.

Por Héctor Rodríguez

 

 

“He resurgido muchas veces/ desde el fondo de las estrellas derrotadas.” (*)

 

“Hay una cosa que me alimenta

y son tus ojos, pequeño.

Tus ojos de risa feliz,

tus ojos de luz azul.

Te miro,

pero mis ojos no alcanzan

para verte,

no sirven para detener

tu tiempo chiquito.

Y ríes de la vida

porque tu vida somos nosotros

que necesitamos tus ojos azules

para seguir,

y ríes,

y nunca dejes de reír, pequeño,

que nosotros

de tus ojos y de tu risa

somos…”

 

Octubre 1976

Loli; del Archivo de la familia Ponce

 

 

Ana María Ponce, una bella muchacha de ojos claros y cabello negro, estudiaba Historia y Ciencias Políticas en la ciudad de La Plata, en los años 70. Había nacido en San Luis el 10 de junio de 1952. Hija de dos docentes universitarios, era la mayor de tres hermanas.

Ya recibida de maestra, con medalla de honor, buscó seguir avanzando. En la ciudad de las diagonales se inscribió en la Universidad. Además, comenzó a militar en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN) y en la Juventud Peronista. Allí conoció a quien se convertiría en su futuro marido: Godoberto Luis Fernández, “Lucho”, nacido en San Nicolás; él le llevaba tres años. Era estudiante de la Facultad de Bellas Artes. Se casaron en San Luis, en 1974. Tiempo después se incorporaron a Montoneros, en medio de aquel vendaval de ilusiones socialistas que generaba a borbotones la realidad política argentina.

Con el Golpe de marzo de 1976 más la represión desatada en La Plata, la pareja, junto a su pequeño hijito, decidió mudarse a Buenos Aires.

A “Loli” Ponce, como la llamaban sus compañeros de militancia peronista, la secuestró un grupo de Tareas de la Marina en la puerta del Jardín Zoológico porteño, el lunes 18 de julio de 1977. Era el mismo día que su hijo Luis Andrés —el “Piri”— cumplía dos años. A ella la llevaron maniatada y encapuchada a la Escuela de Mecánica de la Armada. Su esposo llevaba seis meses secuestrado; se sabe que también estuvo en ese mismo centro clandestino, la ESMA. Está desaparecido.

Una amiga y compañera de militancia de Loli, Marcia Roxana Seijas, quien formaba parte de la Secretaría Técnica de Montoneros, dos días después consiguió quedarse, y por un tiempo, con el chiquito Luis Andrés. Loli había tenido la precaución de colgarle a su bebé, en el cuello, una medallita con sus datos y el teléfono de su abuela de San Luis, por si algo le ocurría.

Seijas también hospedó en su casa de Lomas del Mirador al último compañero de Loli al momento de su desaparición, Claudio Samaha.

La pareja de Marcia, el “Gallego” Rodolfo Lorenzo, y Samaha, fueron secuestrados en la calle cuatro semanas más tarde.  Ambos pasaron por la ESMA y continúan desaparecidos.

Nueve días más tarde, Marcia parió a su hija, María Victoria. (“Piri, el bello Piri, me ‘estrenó’ como mamá pocos días antes de parir a mi primera hija, a quien recién veinte años después pude ponerle el apellido de su papá, Lorenzo. ‘Loli’ estará siempre presente en mi corazón, en mi memoria, en cada lucha. Ella sigue caminando con nosotros”, escribió Seijas hace unos años en una red social)

El pequeño Luis Andrés quedó entonces, durante varios meses, al cuidado de los padres de Marcia, en la localidad bonaerense de Las Flores.

A mediados de 1978, Seijas consiguió ubicar a la madre de Loli, Elba Susana Macagno. Le pidió encontrarse para así entregarle a su nietito. La mujer viajó hasta Las Flores. Finalmente, Luis Andrés regresó a San Luis con su abuela, quien agilizó el trámite del registro del nacimiento: Luis Andrés Macagno Fernández, agregó el apellido del papá del niño.

 

 

Poema “Aún espero”, de Loli Ponce

 

En la ESMA, a Loli le dieron a hacer trabajo forzado en el Sótano (tipear informes en una Olivetti), mientras le quitaban su nombre y la convertían en un número, como les ocurrió a los miles de prisionerxs de ese submundo del horror.

Como podía, escribía poesía con el anhelo solapado de un mañana (“Que no me mientan / detrás de mí / espera el fin / Que no me mientan / detrás de mí / están los recuerdos / la simple alegría de vivir libre / Detrás de mí / quedó un mundo que ya no me pertenece”).

El lunes de Carnaval de 1978, un guardia le avisó a Loli que sería “trasladada”. Sospechó que ése sería el final, pidió entonces ver a una compañera de cautiverio. Lo narró frente a un tribunal Oral Federal la propia Graciela Daleo, sobreviviente:

“El lunes de carnaval un ‘Verde’ me saca de la Pecera y me dice que tenía que bajar al Sótano porque Loli Ponce necesitaba hablar conmigo. No sé qué habrá inventado ella para hacer ese pedido. (…) Cuando entra al Sótano, el guardia le dice a Loli: ‘Prepárese que la llevamos a La Plata’. Nos miramos y creo que nos despedimos para siempre. Loli se dio cuenta, y yo también, de lo que estaba por venir. Ella agarró una bolsita que tenía. Sacó de allí un sobre naranja, me lo dio y me dijo: ‘Guardalo’. El sobre contenía los poemas, cuentos y dibujos que Loli fue escribiendo mientras estaba secuestrada. Con Alicia Milia, otra prisionera, los conservamos, y unos años atrás pudimos entregárselos a su hijo. A Loli se la llevaron, yo me quedé en el Sótano, desesperada, con la certeza de qué iba a pasar. Antes, habían subido a Loli al tercer piso, le hicieron sacar algo de ropa que tenía en su cucha. Recuerdo que Alicia me dijo: ‘La Loli se fue caminando como una reina’.”

Loli Ponce continúa desaparecida.

 

El poemario clandestino de Ponce (los únicos que se conservan) fue editado en un libro hace 18 años. Loli había sido compañera de militancia del expresidente Kirchner, en la ciudad platense. Ese libro se distribuyó en 2004 en el acto público de recuperación de la ESMA. En 2011 fue reeditado por el programa Colección Memoria en Movimiento, de la Secretaría de Comunicación Pública, con el título “Ana María Ponce. Poemas”.

Un día, ya adulto, Luis, el hijo de Loli Ponce, le pidió a su abuela ver los poemas de su mamá. La mujer los había conservado para él, como un tesoro inigualable. Años más tarde, en 2004, en un artículo publicado en Página/12, él mismo contó cómo fue su contacto con el entonces presidente Néstor Kirchner. Supo que él los había conocido militando en La Plata. Surgió la idea de mostrarle los poemas de Loli. El presidente pidió que le enviaran todos. Una semana después llamó por teléfono a Piri, emocionado. Le prometió la publicación de los poemas de su madre. Y cumplió.

“Alguna vez en esta Patria hubo una generación signada por el deseo de desterrar de su suelo la desigualdad y la injusticia. (…) Soy parte de esa generación. También lo fue Ana María Ponce. Alguna vez, juntos, compartimos en Ezeiza la vigilia ilusionada del retorno de Perón a la Argentina”, escribió Kirchner en el prólogo de la primera edición del libro, en marzo de aquel 2004. Luego, en el mismo texto, se refirió al calvario de Loli como prisionera:

“(…) Privada de sus amores, arrinconada por la irracionalidad, empujada sin piedad hacia su muerte, Ana María Ponce se dio un espacio para trascender esos años de plomo y llegar hasta aquí, ejercitando nuestra memoria colectiva para que nadie más en esta Patria deba soportar tanto padecimiento.”

 

En el libro reeditado en 2011 puede leerse la carta que Piri le envía a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tras el fallecimiento de su esposo. “Querida Cristina”, la titula.

“Yo también soy parte de una generación que se reconoce heredera de aquella lucha y que combina los ideales y la voluntad de los setenta con la visión estratégica de construcción popular contra las corporaciones, como nos enseñaron Néstor y vos”, le expresa a la entonces presidenta.

“El día que conocí a Néstor —agrega— me dijo dos cosas que quedaron grabadas en mi memoria: “hacé de cuenta que somos tus tíos”, y que, si mis padres estuviesen vivos, estarían trabajando con él en este proyecto”.

Le hace saber, además, que le enorgullecería “como hijo y como militante” que los poemas de su madre pasen a ser del pueblo argentino. “Son testimonio vivo de una época y parte de nuestra memoria colectiva”, escribe. “Mi deseo es entregarle al Estado Nacional y a tu persona como Presidenta de la Nación los derechos de publicación, reproducción y difusión de estos escritos”, firma la carta Luis Macagno.

 

“Un verso

que tenga

el color claro

de los ojos,

un verso que

hile finamente

los pensamientos recónditos,

un verso

que apriete el dolor,

y las palabras contra la boca…”

 

(Fragmento de “Necesito un verso” / Septiembre de 1977)

 

 

“El cuerpo”, poema de Loli Ponce

 

Hace cinco años, un sábado de julio de 2017, se llevó a cabo en la Museo Sitio de Memoria ESMA una de las habituales “Visita de las Cinco”. Fue un homenaje a Ana María Ponce.

Ya se había cumplido el primer tramo del recorrido cuando habló Luis Piri Macagno Fernández, el hijo hoy abogado de Loli y Godofredo. Piri ya es bastante más grande en edad que la que tenía su madre en esa mazmorra de la Marina, cuando con 25 años y grilletes en los pies escribía poemas como podía, a mano o en una vieja máquina, a escondidas de sus guardias. Le dedicaba versos a su hijito. Piri, que entraba por primera vez a la Escuela de Mecánica, contó cómo pudo reconstruir su historia. Nombró a Marcia Seijas, la compañera de su mamá, que se arriesgó a cuidarlo durante un tiempo, a puro amor, hasta que pudo entregarlo a su abuela materna. Y de cómo fue criarse en San Luis, un pueblo grande. También, de cómo fue compartir el jardín de infantes con los nietos de Videla.

Eso contó con su voz campechana y pausada, mientras la emoción y cierto pudor se le dibujaban en su cara. Después tomó el micrófono Mariano Blatt, un poeta joven, tanto que durante su adolescencia no supo de Loli Ponce ni de los desaparecidos ni de Massera, mientras jugaba con sus amigos en un club frente a la ESMA. Mariano leyó un texto suyo, un relato de honda sensibilidad.

Luis Piri, en la ESMa

 

En el Sótano, inicio y final de miles de compañerxs, habló Daniel Fernández, el tío de Piri y hermano de su papá desaparecido. Hizo un recorrido por la historia, sobrecogido por el escenario que pisaba, lugar donde su cuñada encontró la muerte. Aunque —es extraño— él habló del amor a la vida, a la entrega generosa y a los sueños.

En el cierre de la visita en el Salón Dorado, donde los marinos se relajaban tras su faena diaria de exterminio y donde ocurrió el final de Loli, Piri leyó en voz alta un poema de su mamá. Y luego su tío Daniel quiso compartir lo que en 2004 leyó Néstor Kirchner, cuando se reabrió la ESMA. Daniel lo leyó con su voz quebrada. Tras un aplauso que parecía no agotarse, un hombre pidió la palabra, se puso de pie y con la voz temblorosa dijo que esta vez la emoción lo superaba. Y que nunca había llorado tanto allí. Será que uno no llora solo por la muerte, pensé. Llora por el valor de la resistencia colectiva, del compromiso a la militancia y a los ideales; de sublimar la tortura con un puñado de poemas escritos en la oscuridad del espanto, creados por una joven que hoy habla por nosotros. Y por tantos pibes y pibas jóvenes interesados en mantener vivo el recuerdo. El camino de la historia se sigue construyendo entre todxs, a pura obstinación.

 

Daniel fernández, Museo sitio ESMA
Luis Piri, Museo sitio ESMA

 

En la ESMA, donde intentaron destruirla, Loli Ponce fue capaz de construir un pequeño fueguito de palabras amorosas, libertarias, persiguiendo la esperanza. Combatió el silencio del horror sin rencores, a fuerza de respirar gotas de libertad convertidas en versos de papel.

“Loli sabía que iba a conocer su muerte. Se fue con dignidad. A pesar de los grilletes. Y siempre con sus ojos claros, el pelo negro, la tez blanca, bella y más libre que sus asesinos”, cerró así Juan Gelman su columna sobre Loli en el diario Página/12, hace dos décadas.

A 45 años de su violento secuestro, el cuerpo de Loli nunca apareció. Sí trascendió su poesía, su arte, ese que nos salva del naufragio mientras no olvidemos por qué luchó ella y su compañero, y otros 30 mil a los que les birlaron los sueños y las utopías. Pero jamás la memoria, que seguirá siendo nuestra.

 

PD: (*) Loli Ponce había pegado este poema suyo en una de las paredes oscuras del Sótano de la ESMA. Al lado tenía la foto de su hijito.

 

Por Héctor Rodríguez

Agosto de 2022

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