OCCIDENTE

Entre Melilla y San Antonio: variaciones en torno a la civilización del exterminio

Por Jorge Elbaum

 

 

Nos han engañado. Nos han dicho que la historia y la cultura son paradigmas de una zona geográfica de la tierra ubicada en Europa. Más acotado, incluso: en Europa del Oeste. En el perímetro que une Alemania con Portugal, y desde Finlandia hasta Grecia. Desde ese pretendido centro que nos han inculcado, su universo se ha expandido hacia Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda.

No pudieron integrar a China, la India y Latinoamérica porque su demografía les resultaba inconmensurable y porque la identidad organizada –orientados por referentes populares– rechazó su oferta etnocida. Incluso excluyeron a Rusia  por el terror consuetudinario que les generaban las denominadas “invasiones bárbaras” que incluía a los hunos, los mongoles y los eslavos. El concepto de bárbaro fue recuperado del latín, barbaricum, palabra con la que los textos romanos referían a aquellos que habitaban fuera del imperium (imperio).

Dos mis años después, la impronta de una centralidad y/o superioridad se empecina en  condenar a los márgenes a quienes no se identifica con la pureza requerida.

Los difusores del esclavismo en plena modernidad, los ejecutores del colonialismo y su resaca neocolonial reconvierten su pasado expoliador con técnicas de dominación económica apoyada por artillería comunicacional, justicias contramayoritarias cooptadas  y/o elites funcionales a los intereses del privilegio.

Para salvaguardar la integridad de sus dominios, la civilización del imperium defiende sus fronteras. Los límites internos y exteriores de sus posesiones. Los certificados territoriales de su supuesta superioridad, la cordura ampulosa de su engreimiento civilizatorio, la Panacea letrada de su legitimidad.  Desde pequeños nos inculcaron una cronología engañosa que solo reconocía los rostros de los reyes, los nombres de los ahogados en las hogueras y las matanzas protagonizadas por sus huestes civilizatorias. La paranoia estadounidense –tan presente en las masacres cotidianas, tanto interiores como externas– hablan del peligro de los latinos y los negros como amenaza de suplantación genética: según las nuevas versiones del Ku Klux Klan los extranjeros cuentan con un plan secreto para sustituir a los blancos y reinventar un territorio salvaje.

Las cosas no han cambiado mucho. El eurocentrismo sigue haciendo estragos, promoviendo la discriminación, mientras se regocija de moderación iluminista y su cultura libresca y artística. ¿Cuántos se han preguntado acerca de la proliferación de guerras, persecuciones y genocidios  provocados por esa porción de tierra que tomó como nombre la gracia de una princesa fenicia de origen argivo, secuestrada por Zeus? ¿Existe algún territorio que haya promovido más muerte, más destrucción, más ansia de conquista, codicia, extractivismo y dominio que la lógica de dominio instaurada por ese continente?

Se nos socializó en el formato pedagógico en los pormenores de una Historia donde la Guerra era su razón y su epicentro. Nunca se nos transmitió una cronología detallada de la paz: mientas en Europa se despedazaban, en los confines de Asia permanecerían cientos de años sin conflictos bélicos. ¿Cuál habrá sido la razón para que no se haya difundido, estudiado o divulgado una “historia de la Paz”? ¿Qué razón patriarcal y violenta son ocultó una pormenorizada periodización de la ternura?

Los Estados latinoamericanos y caribeños se constituyeron en el Siglo XIX mirándose en los espejos despedazados de la historia opresiva de las potencias coloniales. El sometimiento de los habitantes primigenios, su exclusión o desplazamiento se combinó con la exportación de vidas humanas desarraigadas desde África. Las rebeliones que generaron esas opresiones fueron silenciados con el garrote, la tortura y el desprecio. Los primeros deseos de libertad, basados en el aura de la Revolución Francesa rescataron solo una parte de la fraternidad vociferada: los jacobinos fueron decapitados en París.  Y los Moreno o los Dorrego fueron ejecutados en el Río de la Plata por su rara intención de universalizar la igualdad de negros e  indios.

Cuando se dispusieron a ejecutar a José Gabriel Condorcanqui –también conocido como Tupac Amaru–, decidieron descuartizarlo para exhibir sus retados humanos como ofrenda al disciplinamiento de los futuros rebeldes. Antes de intentar infructuosamente desmembrarlo procedieron a cortarle la lengua. Es que la convocatoria l silencio siempre ha sido una demanda despiadada del poder.

La civilización europea –en sus dos versiones continentales– hoy es una máquina de muerte: asesina migrantes en pateras en el Mediterráneo, los aniquila en los alambres de púas de Melilla o los asfixia en camiones que cruzan la frontera de México con Estados Unidos.

No son la civilización. Son la barbarie que no puede verse en el espejo de una crueldad negada por su asepsia indiferente. Esa que encandila a los crédulos con unos novedosos espejos de colores, siempre reflejados en sus íntimos cristales de destrucción y de muerte.

 

mejor es Compartir