Sobre el libro “Colonialismo y derechos humanos”, Apuntes para una historia criminal del mundo, de Raúl Eugenio Zaffaroni.
Por Eduardo de la Serna
Eugenio Raúl Zaffaroni publicó recientemente un trabajo: “Colonialismo y derechos humanos. Apuntes para una historia criminal del mundo” (Buenos Aires: Taurus 2022). Entiendo que con justicia se trata de un trabajo de síntesis. Su reconocida competencia en el mundo del derecho lo lleva una complexiva mirada de la historia criminal de la humanidad. Puesto que la comprensión de la “humanidad” en sentido amplio comienza – lo dice – cuando todo el mundo, de alguna manera, se ha conocido, entiende, por tanto, recién después de 1492 puede hablarse propiamente de “humanidad”. La también reconocida militancia de “Zaffa” en el campo de los Derechos Humanos” lo lleva a formularse una pregunta desafiante: los Derechos Humanos, ¿son un instrumento liberador o una ideología colonial? En su amplia mirada histórica, distingue tres tiempos del colonialismo y sus crímenes históricos: un colonialismo originario, los nacionalcolonialismos y el actual, tardocolonialismo. Entre estos dos últimos incluye el “mundo bipolar”, propio de la “Guerra fría”. En estos contextos dedica, además, un capítulo a los intentos, más o menos serios, de justificación de los crímenes en estos períodos históricos desde los debates de Sepúlveda con Bartolomé de las Casas hasta la omnipotencia del mercado y el actual mundo tecnocrático.

Pero como la mirada del autor es “desde el sur”, cosa que no descuida en ningún momento, finaliza con “supervivencias y resistencias”, destacando el “espíritu del sur, la resistencia del re-ligar simbólico de los colonizados. Si los Derechos Humanos son “un instrumento de lucha jurídica de los pueblos para superar el subdesarrollo al que los condiciona su subordinación geopolítica, tendrán un futuro venturoso, pero si se los degrada a un nuevo discurso civilizatorio hegemónico, devendrán en un instrumento del colonialismo en su superior etapa actual” (p. 32).
Al rescatar el “espíritu del sur” confronta claramente con Hegel, a quien considera el “mayor desaparecedor intelectual de personas de la historia de las ideas” (p. 212), aunque, como se trata de alguien con densidad intelectual es posible “ponerlo patas arriba” (al decir de José Vasconcelos) y que las ideas “caigan” hacia el sur, cosa que no es posible con un diletantismo insustancial (pero con poder hegemónico, señalemos) que justifica los diferentes colonialismos posteriores.
Quienes vivimos en medios populares creemos firmemente que en muchas ocasiones el universo simbólico y religioso es un fenomenal espacio de resistencia a las diferentes opresiones. Sin negar que existan casos en ese sentido, nos resulta muy difícil entender como un universal el dicho europeo de Karl Marx afirmando que “la religión es opio de los pueblos”. La supervivencia y resistencia es, ciertamente, un dato que el autor no ignora.
Quienes nos movemos en ambientes académicos notamos, en el día a día, que el espíritu hegeliano (Geist) que hace nacer el espacio de la razón en Grecia sólo toma en cuenta a Europa, y no toda, excluyendo a quienes no alcanzan el “nivel de fineza del mundo germánico”, con lo que los orientales, los árabes, los judíos y los latinos, y el “nuevo mundo” quedaban excluidos del mundo de la “razón” (p. 180). Así podemos notar, en evidente colonialismo cultural, que autores del “norte” – con honrosas excepciones – jamás citan en sus trabajos a autores del Sur (inclusive del Sur de Europa).

El proceso de resistencia a las violaciones de Derechos Humanos, que continúa, presenta nuevos actores con lo que el concepto mismo se ha ampliado. Hoy “se perciben violaciones en las que antes no se reparaba con suficiente atención” (p. 233) incluyendo “derechos no humanos” como es el caso del ambiental. Pero “(los propios organismos internacionales son un campo de lucha que el tardocolonialismo procura manipular para neutralizar el discurso de Derechos Humanos pervirtiéndolo en un lawfare regional y mundial, para usarlo como discurso de dominación” (p. 234) de ahí que la lucha debe darse en cada lugar. “(l)as luchas populares (…) presionan por el avance de lo jurídico, pues este nunca surge de las cúpulas, sino de las múltiples culturas victimizadas que convergen en el espíritu del sur” (p. 235).
Sin embargo, puesto que el colonialismo siempre es planetario, pero las luchas anticoloniales son locales, el discurso por los Derechos Humanos puede ser una herramienta útil, por su universalidad, aunque debe ser neutralizado el intento de degradarlo en un discurso de dominación. El capitalismo, en su forma actual, no se sostiene y se dirige al suicidio. El espíritu del sur, “si nos lo proponemos” puede brindar la clave para la reorganización del planeta (p. 236). De nosotros depende.