SIGNOS, TATUAJES Y SOMBRAS

 

Apuntes para una fecha que disimuló su trágica

Por Jorge Elbaum

La irrupción de la tragedia se presenta habitualmente en formato de trauma: una ráfaga registrada por la imagen que se empecina en jugar con la memoria reciente. Hay algo de rapidez y desamparo en lo imprevisible. El gatillazo, la recámara, el resorte que contiene la bala. Y desde ahí al plano global de la Señora Historia, que siempre balconea desde su empecinada rigurosidad de profecía.

¿Cuánto de Cristina está atravesando nuestra vida? ¿Cuánto de ella en tanto mujer irredenta que no pueden hacer arrodillar? ¿Cuánto de Néstor que nos salva de las pesadillas de estas últimas noches, despertándonos agitados ante un fogonazo?

Tim Noble, Sue Webster

Las fechas encarnadas en la memoria nunca pueden ser evaluadas en el momento que transitan sus 24 horas. Lo hacen después. En el lapos mediato que va desde su conciencia hacia su capacidad de paralizar o rediseñar futuros. ¿Estamos a pocos días de una bisagra marcada en la biografía social? ¿Hemos sido testigos, otros vez de cómo los acontecimientos se encadenas para actualizar o potenciar fuerzas que estaban latentes. No lo sabemos. Somos podemos lanzar hipótesis de asombro y ternura. Eso que llamamos “amor” en una plaza. Esto que canta a pesar de las agresiones. Eso que desnuda la violencia eufemizada de los poderes fácticos, de los CEOs de la vida y sus gurúes de la mezquindad suprema.

El primero de septiembre se recuerda c

Tim Noble, Sue Webster

omo la fecha de la invasión de la Alemania Nazi a Polonia. Se considera esa fecha como el inicio de la Segunda Guerra Mundial. En el aniversario trágico de ese día un criminal de 35 años, tatuado con los símbolos nazis, gatilló a 30 centímetros de la cabeza de la vicepresidenta. La mano izquierda con la que disparó tiene tatuada la cruz gamada, la misma que divisa de los tanques y los carros de asalto que ingresaron en territorio polaco. Fernando Sabag Montiel, también exhibe con orgullo su “sol negro” el mismo signo que identificaba a las SS de Heinrich Himmler.

Las marcas en el cuerpo son testimonio de lo que somos en un momento determinado de nuestra vida. Todas son huellas, Somos portadores de una semiótica epidérmica y también interna más o menos descifrable. Más o menos oculta. Más o menos explícita. Pero los signos se mueven en una selva de interacciones. Se relacionan entre sí. Se hablan. Los tatuajes del proto-femicida son la contracara de otros emblemas. Se enfrentan a las grafías del amor que pintan las paredes de la Patria con señales de amor y compasión a lxs otrxs. Que discuten a viva voz sus proclamas de inclusión, de abrazo, de testimonio solidario.

El aspirante a afamado asesino se tatuó la cruz gamada de su mano izquierda el último 24 de marzo. Luego de ser delineado en esa simbología tanática, posó junto a su tatuador en una clara postura de burla. La cruz nazi fue su respuesta ante la fecha en la que –con profundo dolor– recordamos un hecho trágico: la sistematización de un plan genocida.

¿Hay que saber leer para encontrar los nexos en ese texto? No. Se exhibe como un fresco de odio ligado a los discursos siempre presentes de la extrema derecha –y su forma actual, el neoliberalismo– que logra eufemizarse, y esconderse, detrás de la parafernalia de simbolizaciones mediáticas.

Tim Noble, Sue Webster

Cuando se miran los fenómenos sociales desde la distancia, las marcas del tiempo susurran su legado: fue necesario demonizar a Cristina para que alguien apriete el gatillo. Se necesita mucho odio para querer matar a alguien desarmado que llama constantemente a la fraternidad y la equidad. Se necesitan kilómetros y (verdaderas) toneladas de tergiversaciones, falsedades y  calumnias para un empoderamiento criminal como el que asumió Sabag Montiel. ¿Quiénes fueron los que llenaron de estiércol simbólico, cascotes y convocatorias a la estigmatización para que alguien se sienta amprado en su acto de pretensión decidida? Los que le hicieron creer a Fernando que Cristina merecía morir son los mismo que hoy niegan su papel de mandantes indirectos. Son quienes se quejan de las movilizaciones impulsadas por el amor y quienes niegan ser impulsores de una arenga social de satanización sistémica.

Para poder trasladar a gitanos, homosexuales, Testigos de Jehovah, militantes de izquierda y  judíos a campos de concentración y/o exterminio fue necesario convencer a amplias capas de la sociedad cobre la culpabilidad indudable de esas víctimas. Cuando se hizo lo propio en Argentina, la dictadura criminal se escudaba en el latiguillo de “Somos derechos y Humanos”. Las condiciones de posibilidad de las matanzas y persecuciones sociales necesitan de climas que los habiliten. Juntos por el Cambio, los denominados libertarios –que no son más que neoliberales freaks–,  los propagandistas corporativos comunicacionales y el Partido Judicial lo lograron. Construyeron a ciborg de la cruz gamada que intentó la sangre. No lo logró. Pero el contexto no cambió: ya hay otros huevos de serpiente larvados en los pliegues de una derecha que disimula su íntimo parentesco con los bombardeos en la Plaza de Mayo, las desapariciones forzadas y los asesinatos de Rafael Nahuel y Santiago Maldonado.

El único dique de contención ante tanta cultura de la muerte es la movilización popular. Frente a esas oleadas de cánticos y banderas el legado del odio se amedrenta y se oculta. Para dar el zarpazo, otra vez, cuando la pasividad o la ingenuidad favorezcan su espacio de saña y de sombras.

 

 

 

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