1150La desobediencia: entrevista a Nicola Costantino.

Entrevista: Carolina Diéguez, Gabriela Stoppelman
Edición: Gabriela Stoppelman
Fotografía: Ana Blayer

“Una cuerda crece erecta/desde la coronilla de la cabeza. /Un cisne negro sale del cascarón/ De un guijarro.”
 “Sueños”, Mirozlav Holub

Pequeños capullos de lo divino, huevitos grisáceos trepan la cuerda del tiempo, con la ilusión de medir la distancia con nuestro pasado. La cuerda de pronto se hace cinta, cáñamo, correa, hilo de seda para el dios monstruito escondido en el ondular de mínimos gusanos; se hace tendón de arcilla, que harta de su contorno ancestral, despabila su materia sobre un brazo de naturaleza muerta, desfiladero de hormigas, rueca donde hilar un mundo vegetal, a pura flor de porcelana. Jardín ocre servido para el banquete de enormes colibríes. Vajilla moldeada a golpes de azar y mínimas tetillas sobre la piel de la memoria.
El pecho de dios, entonces, el pechito escueto de ese brote huérfano, se atreve a desperezarse de su falsa escuadra, de su estatua de pieza única para mercaderes del templo. Por fin, dios servidito en cazuelas, divinidad líquida, que a los postres alcanza su shabat sobre una esfera, su descanso huido de tanto banquete navideño.
¡Ay, de este dios en degradé de colores, azares, accidentes, de este brote minúsculo, cocinado a mucha presión, para terminar tan solo en un puntito! Dios todopoderoso en el capricho de la arcilla. Dios curvo entre los malabares de aquello que la materia puede.
Y, finalmente: dios pensado y fortuito, pequeña geometría pulverizada, extenuada, llevada al límite. ¿Quién hubiera dicho que la divinidad podía ser tan divertida? Apenas plastilina infinita y parlante, mantras de la infancia contra los marcos del deber.

Te invocamos, pues, diosito de barro, que hacés y deshacés los contornos de la memoria; dios costurero que perfora, hilvana, muestra en las costuras su envés de animal subterráneo o su brevedad alada. Dios multiplicado, deidad franca, disuelta en el fondo del océano o en un charco. Gracia y potencia del hacer, territorio sin frontera de Nicola Costantino.

 

 

 

VIRAJE DIVINO

“(…) todo es garabatear mientras se espera/ que desde lejos, de alivio, /se te asiente un pájaro hermoso/o el sapo intuitivo te entregue una mariposa.”
“La creatividad”, Jorge Leónidas Escudero.

En alguna entrevista, decías que, dentro de la triste situación general, viviste un tiempo bastante bueno durante la cuarentena. También nos llamaron la atención las ilusiones que tenías con la post pandemia. Deseabas que ojalá el mundo no regresara al mismo sistema que tanto daño nos había hecho. ¿Cómo ves este proceso de regreso?, ¿cómo resulta tu caso en particular?

Nicola Costantino con El Anartista. Entrevista virtual. Fotografía, Ana Blayer.

Estamos mucho peor. El sistema volvió fortalecido. Durante el aislamiento, hubo momentos de mucha reflexión sobre un montón de cuestiones que nos estaban atravesando. Lo que menos me imaginaba era que, a la salida de la pandemia, íbamos a entrar en una guerra y que regresaría el peligro de un desastre nuclear. No lo puedo creer. No soy pesimista, pero tampoco optimista, me preocupa mucho esta situación. Personalmente, el encierro me sirvió mucho para parar, reflexionar, para profundizar mucho y encontrar un proyecto nuevo, como el de la cerámica. Sin el aislamiento, ni hubiese podido desarrollarlo. Fue como ganarme una beca, un año sabático para pensar.

Nerikomi, Nicola Costantino

Si tenías unos pesos en el bolsillo, sí.

Sí, por suerte, los tuve. Mi economía es muy irregular, pero había vendido obra antes de que se decretara la cuarentena. Fui muy privilegiada, en ese sentido. Y, además, fue un buen momento con mi hijo. La pasamos muy bien. Aparte, él creció muchísimo, pegó el estirón, entre otras cosas. Quiero decir que, de acuerdo a las circunstancias de cada quien, no todo el mundo lo vivió horriblemente mal. Yo estuve muy agradecida con lo que me tocó. Y también modificó mucho mi idea en cuanto a cuál es mi rol como artista. Creo que la única idea que deberíamos apoyar ahora es la de cambiar la mentalidad hacia una que no sea destructiva y consumista con los recursos naturales. Cada uno a su manera debería colaborar con eso. Estoy muy comprometida en lo que pueda hacer desde mi lugar.

Nicola Costantino, “Pardés”. Foto: Diego Astarita/telam/jcp

 

MEMORIAS DE COLIBRÍ

“Vamos a suponer que digo verano/escribo la palabra «colibrí»,/la meto en un sobre/y la llevo colina abajo/hasta el buzón./Cuando abras
la carta te acordarás/de aquellos días/ y lo mucho,/lo muchísimo que te quiero”.
“Colibrí”, Raymond Carver

La idea de denunciar los modos en que se manipulan nuestros alimentos es un tema histórico en tu obra. Sin embargo, desde la muestra de los ´chanchos bola´ hasta hoy, ha aparecido mucha bibliografía acerca de la inteligencia animal, e incluso, de la inteligencia vegetal. Vinculaba esto con tus recientes naturalezas muertas, donde se ve un trozo humano en el plato, en la sustitución del animal ¿Te relacionás con estas investigaciones que, por un lado, están de moda y, por otro, provocan muchos cambios en algunas personas?

Naruraleza muerta, 2019

No leo en términos de investigación, digamos. Cada minuto disponible, lo aprovecho para estar en el taller o con mi hijo. Lamentablemente, no tengo tiempo para leer, y lo poco que leo es material de internet. Pero, aunque no me puedo nutrir de esa bibliografía que mencionás, me parece que recién ahora se reconoce que el universo vegetal es, entre otras cosas, el único que nos va a salvar, es el único que renueva el aire, que consume dióxido de carbono y produce oxígeno, es increíble ese misterio. Todo esto se sebe hace mucho, pero no se tomaba conciencia de su importancia. A decir verdad, no hemos cambiado demasiado durante el último siglo. Todas las teorías ya nos quedaban obsoletas, en todos los ámbitos. En el siglo XIX, Hegel determinó qué eran la música y las artes visuales e, incluso vanguardias de por medio, costó muchísimo cambiar el rumbo. Particularmente, tampoco me lo había replanteado demasiado antes. Este tiempo de aislamiento me di cuenta de que había estado muy encerrada en una estrecha función como artista. Ahora entiendo que el compromiso puede ser mucho más serio y que las posibilidades también son muchas más que trabajar para galerías, hacer una exposición o que venga a verte solamente la gente especialista en arte. Todo es muy endogámico. No digo que no seguiré haciéndolo, pero ahora me interesan cosas más novedosas, al menos, para mí.

En una entrevista decías que, ya desde antes de la pandemia, venías pensando en una obra donde la posición del público fuera distinta, donde también se pudieran multiplicar los espacios de exposición, ir a buscarlos y no esperar la invitación de los sitios tradicionales, ¿cómo te estás llevando con eso?

Nicola Costantino, el verdadero jardín nunca es verde

Es todo un desarrollo nuevo. En las experiencias como “El verdadero jardín nunca es verde”, yo ya planteaba una obra pensada como una experiencia de todos los sentidos. En esos jardines llenos de comida y bebidas, la gente podía libar de las flores, que eran los contendores de las bebidas. La gente vivía una experiencia en donde, por un momento, podía actuar como insecto o colibrí.

Nicola Constantino, banquete

Antes de la pandemia, yo mandaba a hacer esas flores de vidrio. En pandemia me puse a hacerlas en porcelana y cerámica, con una técnica hermosa, de origen japonés, el nerikomi. Todo eso apuntaba a que, en los participantes, quedara una memoria de esa vivencia que. Mi deseo es que, con el tiempo, esa memoria se afianzara y se volviera cada vez más linda. Ese es el punto que más me interesa, ese momento que no se puede retener sino en el recuerdo.

En varias ocasiones insististe en que estabas en desacuerdo con el arte como pieza única, ¿por qué?

Siempre estuve en desacuerdo con el arte como pieza única, porque está más al servicio de la exclusividad o de la obra cara. Además, queda en un solo lugar o en manos de una sola persona, a menos que la expongan en una institución. Al no trabajar en piezas únicas, cada desarrollo que encaro me lleva alrededor de dos años. Las piezas que produzco son, generalmente, a partir de matricería, de moldes. Entonces, las puedo reproducir, mostrarlas en exposiciones, venderlas. Son trabajos con muchos espacios para habitar. Por otra parte, como te decía antes, el precio de las piezas únicas es demasiado elevado, por tanto, hacer un trabajo múltiple como los que yo encaro me resulta más democrático. Muchas personas pueden acceder a una pieza. En Arteba puse un kiosco de flores, como si yo fuera una florista. Hasta hoy hay gente que me agradece y está feliz con esa flor que pudo comprar porque era accesible. Valoran esa florcita como si se tratara de un Van Gogh. Creo que eso vale la pena.

Nicola Constantino, flores en ARTEBA

 

PAROXISMOS DE ARCILLA

                                             “Ahora en el cambio de año esta bobina de arcilla/ Muerde su propia cola”.
                                                                                                                 “El alfarero loco”, John Hollander

Nicola Constantino, savon de corps

Desde tu obra “Savon de corps” (1), observamos una idea recurrente: hacer de tu obra una forma de multiplicarte y tender un puente hacia los demás. El jabón está presentado como un modo de disolverte en la bañadera de otros. Aparte de la evidente multiplicidad en “El veradero jardín nunca es verde”, están las imágenes de las múltiples Nicolas, en “Rapsodia inconclusa”. Y, finalmente, las piezas que ahora hacés con la técnica del nerikomi, ¿cómo es esta técnica?

Como te decía antes, es una técnica japonesa que estoy trabajando ahora. Para empezar, a mí siempre me interesaron muchísimo los métodos de producción. Además, crecí en la fábrica de ropa de mi mamá, y me formé con muchas técnicas que me permiten conseguir resultados muy especiales. O sea, un ´chancho bola´ es un milagro de la combinación de la momificación con los moldes de silicona flexible y los calcos de resina con aluminio, una combinación de distintas técnicas.