Sobre Warren Carter, El Imperio Romano y el Nuevo Testamento, colección agora 29, Navarra: editorial Verbo Divino 2011.
Eduardo de la Serna
- Carter, neocelandés, reside actualmente en los Estados Unidos, es profesor de Nuevo Testamento en Kansas, y ha trabajado frecuentemente, temas relacionados con el título del libro, como por ejemplo un comentario al Evangelio según san Mateo: Mateo y los márgenes, una lectura sociopolítica y religiosa (en su traducción castellana fue publicado en la misma editorial en 2007).
Esta obra, expresamente con pocas notas bibliográficas tiene 8 capítulos muy pertinentes: el mundo imperial romano (1), una evaluación del imperio de Roma (2), los rostros que ejercían el gobierno del imperio: un encuentro con los funcionarios imperiales (3), los espacios del imperio: ámbitos urbanos y rurales (4), los templos y el personal “religioso”/ político (5), la teología imperial: un choque entre afirmaciones religiosas y sociales (6), economía, alimentación y salud (7) y otros dinamismos de resistencia (8). Finalmente, un epílogo para pensar todo lo señalado a la luz del actual imperio norteamericano.
Comienza destacando que el imperio está manejado por una pequeñísima elite, de solo el 3% de la población para lo que cuenta con una poderosa dupla de sustento: el ejército romano y la teología imperial. La cita de Virgilio, de que Roma es “eterna”, «un imperio sin fin» (Eneida I,278-279) se repite más de una vez en toda la obra. Este 97% restante, ciertamente, sería víctima de la pobreza, las enfermedades, el sometimiento. Esto no quita, ciertamente que existan diversos modos de resistencia, para lo que – como es habitual – recurre a la obra de James Scott, Weapons of the Weak: Everiday Forms of Peasant Resistance (1985) y Domination and the Arts of Resistance (1990); esta resistencia – cita a Scott – se resume en un proverbio etíope: “el general pasa [Carter acota, o el Emperador, o el amo…], el campesino se inclina y se tira un pedo” (26).

El poder de la elite está asegurado por la propiedad de la tierra (creciente por las deudas y apropiaciones), la mano de obra barata o esclava, el poderío militar, los impuestos (que generaban deudas y, la consecuente apropiación de la tierra y mano de obra incluso esclava), la estructura de patrones y clientes, la teología imperial (Roma fue elegida por los dioses y la jerarquía establecida por emperadores y gobernantes, con fiestas populares o sanciones, según el caso), el peso de la ley, la retórica y la centralidad de las ciudades (donde “brillaba en todo su esplendor el poder imperial). Frente a esto, en el Nuevo Testamento surgen cuatro reacciones diferentes según autores, lugares y situaciones: (1) el imperio es del diablo; (2) Roma está sometida a un juicio divino; (3) realización de actos más o menos importantes de transformación y (4) en el “mientras tanto” vivir como comunidades alternativas. Hay una quinta, más compleja, que es el sometimiento (temporal) al Emperador y rezar por él. Los distintos seguidores de Jesús, según los autores y las comunidades y circunstancias aplican diferentes maneras de resistencia para afrontar el Imperio.
El contacto que tienen las diferentes comunidades marginales con el imperio no es fácil de señalar. Por ejemplo, el Emperador no era visto, aunque monedas, esculturas y templos exaltaban su imagen por doquier. Pero los autores bíblicos hacen referencia a ellos con alguna frecuencia. Se podrían señalar muchos ejemplos, veamos solo un par: el Emperador se veía a sí mismo (y todas las monedas lo repiten) como “hijo de Dios” [Div.F] mientras los cristianos repiten que sólo Jesús lo es, y – con él – todos los cristianos lo son. El Emperador se ve como “padre de la patria” y por todas partes se repite que Dios es el “padre nuestro”, y no el César. Jesús cuestiona que ¡en el Templo!, además, haya una imagen y una inscripción que reconoce la divinidad del César en una moneda y destaca que se le debe “devolver a Dios lo que es de Dios” (es decir, lo que el César le ha arrebatado), Jesús nace – en Lucas – en Belén por un decreto imperial que ordena un censo (para saber los impuestos a recaudar), y la Virgen canta que “Dios derribó de su trono a los poderosos”, etc. Pero el gobierno de Roma era delegado en gobernantes “títeres” de su poder. Es el caso de Herodes (nombrado rey, por Roma) y, luego, sus hijos (que aspiraban ser reconocidos como reyes sin lograrlo). Pero estos gobernantes, que eran los que percibían los impuestos y garantizaban la “pax romana” eran los que tenían presencia. Estos, por ejemplo, erigen el fastuoso Templo de Jerusalén, al estilo greco-romano (Herodes el grande), edifican dos grandes ciudades en Galilea (Herodes Antipas) o es reemplazado por un gobernante romano (como es el caso de Poncio Pilato) en el sur, Judea… Las imágenes sobre estos personajes que nos presenta el Nuevo Testamento son ciertamente críticas: Herodes mata a todos los niños varones de Belén, Antipas asesina a Juan, el Bautista, Pilato con la complicidad de la elite sacerdotal asesina a Jesús; Pablo es encarcelado en más de una ocasión en distintas ciudades de Asia menor y Grecia… Pero la presencia más cotidiana (y cruel) se da por los soldados (soldados romanos en Judea, soldados herodianos en Galilea). La prepotencia los caracteriza y en más de una ocasión se hace referencia a esta.

En general, en los ambientes campesinos no existe el uso de moneda y se recurre frecuentemente al trueque. Cada familia, al cosechar su grano separa lo que comerá en el año y lo que usará para la próxima siembra, el resto lo canjea a grupos vecinos. La apropiación de tierras por parte de la élite a partir de deudas lleva a un empobrecimiento constante. Esto provoca la frecuencia de lo que se ha llamado “el propietario ausente” ya que no se trata de un campesino sino un apropiador que vive en la ciudad y percibe sean los frutos o la deuda. En más de una ocasión Jesús hace referencia a estas situaciones, sean los propietarios, las deudas o su crítica a los ricos. Pablo (y el Apocalipsis) se dirige a ambientes urbanos (y en más de una ocasión, colonias romanas, como Filipos o Corinto), es de notar el discurso claramente subversivo de Pablo en estos ambientes.
Es sabido que en el mundo antiguo “lo religioso” y “lo político” se entremezclaban y se alimentaban mutuamente. La actual separación era impensable entonces. Los templos, tanto el de Jerusalén como los del resto del imperio con los que los primeros seguidores de Jesús tienen contacto. Como el judaísmo entraba en el marco de lo que Roma llamaba “religio licita” – aunque le resultara incomprensible – permitía que en Jerusalén no hubiera sacrificios “a” Roma / Emperador sino “por” ellos, aunque no siempre fue fácil. Calígula, por ejemplo, ordena instalar en él una imagen suya con los atributos de Zeus. El gobernador se dio cuenta que eso significaría un baño de sangre e hizo lo posible por impedirlo. Finalmente, el Emperador muere antes de exigir su cumplimiento. Pero en tiempos de Nerón con la Guerra Judía (66-70/72) el Templo llevó las de perder cuando la derrota judía. Jesús tiene actitudes muy críticas contra este Templo autorizado por Roma y manejado por la élite. Pablo también tiene conflictos en el Templo de Artemisa, según Hechos de los Apóstoles. En algunas regiones (como las del Apocalipsis y en Asia Menor, donde se escribe la 1ª carta llamada “de Pedro”) el culto al Cesar como divinidad era importante. Es interesante recordar que, para el mundo antiguo, la “religión” era una cualidad pública (no privada) como puede ser asistir a reuniones o pagar los impuestos. Diferente era lo personal de cada quien (o grupos) que fácilmente caía en la acusación de “superstitio”. No fue unánime, en este sentido la actitud de los cristianos ante algunos de estos actos, que fueron desde la oposición hasta la participación o, a veces, la acomodación.
Ciertamente, la teología imperial y la teología cristiana, en sus más variados lugares y personajes tenían que chocar. Una vez más se repite a Virgilio, añadiendo que los romanos serán “señores del mundo” (I,282), con la misión de “gobernar el mundo… coronar la paz con la justicia, perdonar al vencido y aplastar al orgulloso” (6,851-853). Séneca, Suetonio, Estacio, Plinio y otros autores exaltan la predestinación divina y eterna sobre Roma. Pablo, como se dijo, subvierte los esquemas teológicos. Y lo hace en nombre del “Evangelio” (en Roma el “Evangelio” es una buena noticia relacionada con el emperador o los triunfos militares), Pablo no reconoce otro Dios que al Padre de Jesús y a este como su Hijo, muchos términos centrales de la teología imperial son usados subversivamente por Pablo en sentido cristológico: gracia, fe/fidelidad, Jesús como “señor”, “salvador”, dador de “justicia” y de “paz”, etc… Algo semejante ocurre en los Evangelios.
La situación económica, en manos de menos del 3% de la población ciertamente eran causantes de injusticia y opresión. Los Evangelios advierten claramente contra los peligros de la riqueza y critican a los ricos. La carta de Santiago es de una vehemencia intolerable para los ricos. El Apocalipsis canta la alegría de la caída de Babilonia (= Roma) y los mercaderes. La alimentación – tema que con muchísima frecuencia se encuentra en los Evangelios – era de una indigencia pasmosa en los ambientes pobres a lo que deben sumarse las plagas, sequías e inundaciones que conocemos por las fuentes. Esto, además, influía particularmente en la salud de la enorme mayoría de la población. Cerca del 50% de los niños morían antes de los 10 años, y – salvando los sectores de la élite – la esperanza de vida rondaba los 30 años. Las referencias a los diversos problemas de salud física o psíquica se encuentran por doquier en los Evangelios y en las reacciones de Jesús.
Frente a todo esto, la resistencia era variada. Algunos imaginaban el derrocamiento violento de Roma, sea en la retórica o la imaginación. Otros manifestaban una protesta que fuera ambigua para evitar la represión despiadada (por ejemplo, criticar a Babilonia era incomprensible para los romanos y fácilmente entendible para los judíos), así que Jesús entre en Jerusalén montado en un burro resultaba claramente inofensivo para el poder imperial, pero cualquier judío podía leerlo a la luz del profeta Zacarías que lo señala como triunfo de Dios sobre las fuerzas enemigas. La no violencia activa, por otro lado, es muy diferente a la resignación o la actitud pasiva. Poner la otra mejilla, por ejemplo, rechaza la sumisión y se manifiesta como superior al golpeador. En ocasiones parece sumiso a Roma adulándolo como un modo breve de resistencia [debo reconocer que en este punto me siento distante de Carter; en un artículo he señalado que su lectura de Romanos 13,1-7 parece razonable leerla de otro modo anti-imperial].
Como conclusión, ya lo hemos dicho, alude a la actitud imperial de los Estados Unidos y señala una serie de elementos: (1) que el Nuevo Testamento es un documento muy político; (2) que afrontar los imperios es complicado (3) que someterse sin hacer preguntas no es la única manera de actuar, (4) que la oposición constante no es la única manera de actuar y destaca la no violencia activa. Para pensar y discernir en tal momento y en tal situación cuál es la manera adecuada y cristiana de actuar concluye sensatamente:
«La dificultad estriba en saber cuándo se debe emplear cada estrategia. ¿cuándo es adecuado el acatamiento y cuándo la resistencia? El proceso de discernimiento es difícil. Yo diría que entraña mucha oración, estudio, reflexión y debate» (203).