LAS COSAS POR SU NOMBRE (PRIMERA PARTE)

 

 

 

Por Rosana Forgas

 

Me vengo sentando seguido en la computadora después de un recreo largo porque me les volví a animar a las problemáticas que transité durante treinta años y que últimamente, y pandemia mediante, me tenían un poco bajoneada; así que tuve que volver a mostrarme solemne, a ponerme la chaqueta y a vestirlo al teclado de elegante sport por culpa de la Moira y de la Gabriela (les cuento que el artículo delante del nombre femenino es una costumbre tan tucumana como taxativa)

Me había propuesto -y lo venía cumpliendo- jubilarme para escribir con más libertad sobre esos aspectos de la cotidianeidad comarcana que me conmueven, intentando una suerte de aguafuertes tucumanas -si Arlt me permitiera esta tan presuntuosa como osada comparación- porque como mera observadora, construir un relato basado en la escucha de historias ajenas, requiere de mucho menos compromiso que analizar un escenario que resulta por demás afín a mi formación académica y a mi experiencia laboral.

Es que resulta obvio que mi posicionamiento frente al problema me obliga a encarar los textos con una rigurosidad técnica que no es necesario asumir cuando, cómodamente, me expreso como simple opinadora -o escribidora-. Y porque con mis clásicas Crónicas tucumanas -nacidas al calor del infierno neoliberal de Macri y sus secuaces- pude convertirme en una suerte de vocera de muchos invisibles, jugar con las emociones, ensayar el humor y acercar una bocanada de aire fresco en cada texto frente a esa epidemia de realidad que vivimos hasta diciembre de 2019 -y que, a pesar de que hoy andemos por la vida desbarbijados y felizmente vacunados, sigue siendo una amenaza-.

 

Colaborar con una columna en un medio de comunicación formal, serio y comprometido como SinFondo -y como tantos otros- sin dudas representa, para quienes acostumbramos expresar nuestros pensamientos a los gritos, una enorme responsabilidad desde lo político, desde lo técnico y desde lo personal. Porque a cada nota la respaldamos con nuestra trayectoria sin sucumbir a la tentación del anonimato que ofrecen las redes sociales donde incluso, con un simple seudónimo, podemos informar, sobreinformar o desinformar. Pero en todos los casos generar desconfianza, angustia e incertidumbre.

Es claro que este terreno de la infodemia no es exclusivamente abonado por Facebook, Instragram, Twiter, pero a estas alturas ya conocemos a quiénes muestran sus rostros, prestan sus voces o desnudan sus miserias en una nota gráfica. Porque son los mismos de siempre: los que escondieron sus vergüenzas, disimulan a diario sus intenciones y/o sometieron sus convicciones a sus convenientes vínculos con el poder real.

Y, es entonces, cuando todos aquellos que estudiamos que la palabra es una herramienta terapéutica capital para la construcción colectiva de la calidad de vida, debemos afinar la puntería y contribuir con una tarea de pesquisa, de detección y de combate de aquellas noticias que palmariamente atentan contra el estado de bienestar. O de informar lo que no se dice porque cuando de políticas sanitarias se trata, la falta de información es uno de los efectos colaterales más nocivos para la salud individual y colectiva.

Más allá de lo que podríamos diagnosticar -si esta nota se tratara de un análisis político o sociológico- como una realidad socio-política y económica extremadamente convulsionada, no podemos dejar de advertir gestos preocupantes en lo concerniente a la difusión y a la transmisión de la información por parte de los distintos actores públicos, que trascienden lo meramente referido a los desajustes emergentes de haber sobrevivido a un atroz panorama epidemiológico mundial

Somos una sociedad fragmentada que, en el caso de las grandes masas populares que militan por la reducción de las obscenas desigualdades, está atravesada por la política. Y que en cuyas antípodas se sitúa ese histórico 25-30 % de argentinos y argentinas al que las estrategias discursivas deliberadamente despolitizadoras, amnésicas y cuasi fundamentalistas que ofrece el neoliberalismo, los seducen, los enajenan y los incitan incluso a atentar contra su propia vida (anti cuarentenas, anti vacunas y demases).

La pandemia puso de manifiesto esas enormes desigualdades existentes y parte del malestar reinante tiene que ver con esa percepción de las diferencias que estigmatizan y tornan inalcanzables para muchos lo que para unos pocos es de uso corriente. Debemos ser capaces de encontrar esa vuelta de tuerca que nos permita ayudar a construir una comunidad más sana, que sea capaz de contener la demanda de sus integrantes y de contenerse, que perciba al otro como su semejante, que se empodere de su protagonismo individual pero dentro de un escenario plural, que asuma que un Estado presente y benefactor no es lo que le hicieron creer y repetir los mercenarios de siempre, no es el que hace beneficencia sino el que garantiza derechos.

Los medicamentos son un bien social, el acceso a ellos es un derecho humano universal y para garantizarlo se sancionan normas en la Nación y en las provincias que empoderan al consumidor.

El 28 de agosto de este año se cumplieron 20 años de la sanción de una ley nacional que, a pesar de las falencias en el efectivo ejercicio del poder de policía farmacéutico, marcó un antes y un después en la historia de la atención médica y que es la ley de prescripción por nombre genérico (25649)

Lo que no conocemos es que el médico sólo está facultado para sugerir una marca comercial de determinado laboratorio y que -a expresa solicitud del consumidor- el farmacéutico tiene la obligación de sustituir la misma por una especialidad medicinal de menor precio que contenga los mismos principios activos, concentración, forma farmacéutica y similar cantidad de unidades.

Vamos a terminar esta primera parte de la nota como vamos a empezar la segunda: Una droga o principio activo tiene tres nombres: el científico, el genérico y el comercial. Lo que alivia y/o cura es la droga, no la marca. Y a la marca la elige el consumidor de acuerdo a su capacidad de pago. Eso dice la ley.

¿Nos vemos en la próxima?

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