MONTE

 

IMAGEN DICHA 

Por Ana Blayer

 

 

Para quienes vivimos en la Ciudad de Buenos Aires, hacer unos cien, ciento diez kilómetros en cualquier época del año puede ser un atractivo paseo, como en esta oportunidad fue llegar a la localidad de San Miguel del Monte.

Era uno de esos días en que el cielo celeste se matizaba con griseados. Llegar a la laguna de Monte invitaba a dar una vuelta a su alrededor. Detenerse a mirar algunos botes que rolaban por el agua, detenerse en la precisión de quienes ponían carnada en los anzuelos, verlos echar la línea y luego entregarse a la quietud y al silencio.

En este recorrido mis ojos se detuvieron un instante en un árbol enclavado en un pequeño islote, gestado en una partecita de la laguna. Un árbol de tronco corto, pero con abundantes ramas muy delgadas. La sorpresa fue porque, en cada rama – frágiles todas a simple vista -, se posaba una veintena de aves. A la distancia, todas parecidas, por su color negruzco, picos agudos, cuerpos pequeños y largas colas.

Hacia el horizonte divisé un tupido juncal. Vegetación típica de lagunas y de riachos. Pero, lo que más me llamó la atención fue cómo esas avecillas, estaban detenidas en cada rama, a su vez reflejada sobre el agua. Coqueteaban, mirándose al espejo.

 

 

Esta imagen prendida a mi retina, agitó mi genio y saqué mi cámara porque estaba segura que esas bellas biguases posaban para mí con sus mejores perfiles.

Cómo no responder con lo que la luz puede a un cuadro de aleteos, agua y vegetal. Mi parte en la escena fue solo ausentar mi nombre y aportar mi mirada.

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