Sobre Alejandro Kuropatwa
Por Ana Blayer
Mientras templo el agua, prendo la computadora. Son rutinas que, entre mate y mate mecho con los titulares del diario. Bajo el cursor lentamente y un copete me recuerda: “5 de febrero de 2003, a veinte años de la muerte de Alejandro Kuropatwa”.
Un ejercicio mental me traslada a exposiciones que alguna vez visité en el Centro General San Martín, en el Centro Cultural Ricardo Rojas y en el Museo Nacional de Bellas Artes.
La folletería de los ochenta y noventa se refería a Kuropatwa como a un gran artista visual. Desde muy joven se formó en los Estados Unidos. Incursionó en la fotografía publicitaria, con la empresa familiar de la línea Vía Val Rossa.
En muestras colectivas, su fotografía se diferenciaba, a simple vista, del resto de los artistas. El gran formato de la imagen, la composición, la intensidad de los colores marcaban una impronta. Desarrolló un amplio rango temático: vida familiar, publicitaria y glamour, el mundo artístico del rock donde un vínculo lo llevo a otros como fueron Charly, Fito entre otros, viajes, autorretratos.
Alejandro tomó conocimiento de la enfermedad del VIH positivo, conocida también como SIDA o enfermedad rosa. En ese marco, durante un tratamiento en California, decidió realizar un registro diario de fotografías del entorno y la medicación. Luego, a esa muestra le dará el nombre de Coctel.
Además del capullo cerrado de la rosa y de las pequeñas gotas de agua, la textura de los pétalos se asemeja a la piel humana, un par de sépalos otorgan a la imagen cierto vuelo y equilibrio sostenido por un tallo delgado.
Lo interesante es que, en el zenit de la rosa, hay un comprimido. La flor en si misma tiene un tiempo limitado de existencia, pero la presencia de la medicina abre camino a una esperanza de vida.
Las fotografías de Kuropatwa son de alta calidad, imágenes con gran poder de síntesis y detalles sutiles que acaparan la atención de quien las mira.
Alejandro Kuropatwa, falleció muy joven (1957-2003), una vida apasionada e intensa que se aprecia en sus obras. Sin duda, una retina privilegiada al tiempo de haber cazado imágenes.