Por Maximiliano Molocznik
Historiador, político, periodista y catedrático Rodolfo Puiggrós (1906-1980) fue, sin lugar a dudas, uno de los intelectuales más notables que ha dado el pensamiento historiográfico y filosófico del siglo XX.
Comenzó su militancia activa en el Partido Comunista en la década de 1930 encuadrado ideológicamente en la ortodoxia stalinista de ese partido conducido con mano de hierro por Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi. A partir de mediados de la década de 1940 comienza un viraje que lo une al peronismo a través del MOC (Movimiento Obrero Comunista).
En este replanteo de ideas comienza a despegarse de la tradición historiográfica del PC y a criticar la Línea Mayo-Caseros, eje de la interpretación liberal de la historia a la cual los teóricos del partido adscribían ya que consideraban al marxismo del siglo XX como dependiente de la herencia intelectual burguesa del siglo XIX. Desde su periódico “Clase Obrera” fustiga la línea de acción política del comunismo y aunque nunca critica a la URSS y reivindica expresamente la experiencia soviética, el curso chino hacia el socialismo y las figuras de Stalin y Mao, sorprende con una fuerte de defensa de Perón y el peronismo en tanto revolución nacional antimperialista.
En el análisis de su producción historiográfica se presenta como un crítico permanente de Rosas (su libro “Rosas, el pequeño” es un claro ejemplo de esta actitud) lo que lo aleja tanto del revisionismo histórico rosista tradicional de la década del 30 como de la vertiente peronista del mismo revisionismo en la década del 60.
De su período “liberal” (como el mismo se definiera antes de comprometerse con la cuestión nacional) surgieron algunos otros trabajos interesantes como “La Época de Mariano Moreno”, “Los Enciclopedistas” y “Los utopistas”. Un trabajo de suma importancia y que ha pasado desapercibido para sus biógrafos fue, sin lugar a dudas, “Libre empresa y nacionalización de la industria de la carne” que lo muestra ya como un intelectual plenamente comprometido con problemas nacionales concretos.
Estas rigurosas investigaciones históricas lo diferencian también en el plano metodológico del estilo ensayístico y poco apegado a las fuentes de cierto revisionismo histórico y lo llevan a producir textos de altísimo nivel académico tales como: “El feudalismo medieval”, “El proletariado en la revolución nacional”, “Los orígenes de la Filosofía”, “La España que conquistó al nuevo mundo” y “La universidad del pueblo”, entre otros.
Cómo periodistas merecen destacarse sus trabajos en los periódicos “Brújulas”, “Norte” y en la revista “Argumentos”. En 1962 fue cofundador del diario “El Día” de México donde escribió sobre política internacional hasta su muerte.
En una parte importante de su dilatada trayectoria sostuvo la tesis del carácter feudal de la colonización de América Latina lo que lo lleva a mantener en 1965 una de las polémicas más interesantes de la década con André Gunder Frank en el periódico “El Gallo Ilustrado” de México. Crítico despiadado de la obra de Arnold Toynbee no se circunscribió solamente al plano historiográfico ya que incursionó también en la filosofía analizando pormenorizadamente la obra del filósofo cristiano Karl Jaspers manteniéndose, en este terreno, siempre cercano a la tradición materialista ilustrada del Siglo XVIII.
La Revolución Cubana de 1959 lo encuentra entre sus más fervorosos defensores. Es muy importante destacar que mantuvo una enorme fidelidad política con el castrismo y el guevarismo hasta el final de su vida. Estaba convencido de la que la “herejía” cubana, es decir el camino hacia el socialismo “quemando etapas” era posible.
Viajó varias veces a la isla y fue uno de los intelectuales más consecuentes en la defensa de la heterodoxia de esta revolución. Decía en 1977: “Esperar que las condiciones revolucionarias objetivas maduren por sí mismas es prueba de optimismo inmovilizador. Pueden quedar en eternas semillas o madurar hasta la podredumbre, si no interviniese la actividad de los revolucionarios(…) Los castristas no se cruzaron de brazos, no aguardaron para actuar el momento en que la fruta cayera sola del árbol y rodara hacia cualquier lado”[1].
Toda su trayectoria estuvo signada por una obsesión: intentar superar el divorcio entre la izquierda tradicional y la cuestión nacional ya que, para él, el problema era la “miopía” política de esta izquierda tradicional que provocaba el desencuentro de las corrientes revolucionarias y explicaba el fracaso del proyecto de cambio social en la Argentina. Con mucha lucidez decía en 1965: “Los acontecimientos que se suceden en nuestra América con extraordinaria rapidez, a partir de la toma del poder por el castrismo en Cuba, indican que el camino de la revolución no se inicia por los partidos comunistas o socialistas tradicionales o por las sectas trotskistas de avinagrados retóricos de la política”[2].
Mucho se ha escrito ya sobre su papel en los agitados años 70 como “maestro” de juventudes y guía intelectual de los jóvenes montoneros. Rector de la Universidad de BsAs en el agitado período de la primavera camporista fue atacado luego, ferozmente, por la derecha lopezreguista que lo obligó a exiliarse en 1974 y así abortó, a punta de pistola, un importantísimo proceso de cambio en la UBA y otras universidades nacionales que empezaban a acompañar la lucha popular.
Puiggrós no perdió nunca de vista la necesidad teórica y política de lograr una síntesis, con Cuba como modelo, del nacionalismo revolucionario peronista y el marxismo. Esta disyuntiva, es decir si era posible congeniar la ideología y la metodología marxista con la identidad política peronista es el dilema central de toda su obra.
En su Historia crítica de los partidos políticos, sin lugar a dudas, su mejor libro, intenta resolverlo desarrollando la teoría de las causas internas, que (siguiendo su interpretación de los Grundrisse de Marx) deberían orientar a la militancia revolucionaria desde las causas internas a las internacionales y no al revés tal como sostenían las “vanguardias esclarecidas” contra las que tanto polemizó. Su labor docente también fue encomiable ya dictó clase en las universidades de: La Plata, Tucumán, San Javier de Bolivia, San Marcos de Perú, La Sorbona (Francia) y en la Universidad Autónoma de México (UNAM).
Políticamente apoyó, en 1975, la creación del Partido Peronista Auténtico (PPA) y en 1977 dirigió la conducción de la rama de profesionales del nuevo Movimiento Peronista Montonero (MPM) junto a figuras relevantes del campo de la cultura y las artes como Juán Gelman, Pedro Orgambide, Norman Brisky y otros. Posteriormente pasó a formar parte de la mesa de conducción del MPM. Desgarrado interiormente por el asesinato de su hijo Sergio en una emboscada militar se instaló definitivamente en México donde murió en 1980.
Fue olvidado y silenciado por el neopositivismo historiográfico imperante hoy en las universidades que so pretexto de poseer un discurso democrático y progresista lo omiten como bibliografía. Todos los que lo conocieron coinciden en describirlo como un compañero de una gran calidad humana que no adolecía de los tics de los intelectuales del sistema: soberbia, petulancia y tendencia a la pontificación. Se jactaba de su humor “ácido” (como el mismo lo definía) pero que utilizaba con certeza en sus lúcidos análisis políticos, filosóficos e históricos.
Creemos firmemente que una figura de esta talla intelectual y moral debería ser revalorizada tanto en sus aportes al método de la investigación histórica como en su inquebrantable compromiso ético y militante por el cambio social y revolucionario en nuestro país.
[1] Puiggrós, Rodolfo: “Vencimos porque luchamos y porque uds vencieron antes”. Discurso de solidaridad con Cuba en el 23º aniversario del asalto al Cuartel Moncada, México, 26 de julio de 1977 tomado de: Kohan, Néstor: “De Ingenieros al Che”, BsAs, Biblos, 2000, Pág. 257.
[2] Puiggrós, Rodolfo: “Historia crítica de los partidos políticos argentinos”, BsAs, Hyspamérica, 1986, Tomo I, Pág. 36.