BABYLON, BUENOS AIRES

Por Pablo Soprano

 

Policial negro oscuro

No sé bien cómo llegué a la primera temporada de “Babylon Berlín”. Tal vez haya sido mi propia curiosidad, sumada a la inevitable comparación con lo que actualmente ocurre en nuestro país, o la fascinación que me provocó la mezcla de miedo y de odio insuflado, desmedido, tácito y a la vez solapado que sobrevuela cada uno de los 40 capítulos de la serie, en sus cuatro temporadas. La Alemania de la República de Weimar -entre 1918 y 1933 fue un período democrático caracterizado por una gran inestabilidad política y social: sendos golpes de Estado militares y de extrema derecha sumados a reivindicaciones  de carácter revolucionario por parte de sectores de izquierda y fuertes crisis económicas, combinación que provocó el ascenso de Adolf Hitler y del nacionalsocialismo. Es en este contexto, que un ex combatiente del interior del país llega a Berlín como comisario, y debe superar toda clase de dificultades policiales y políticas con la ayuda de un variopinto grupo de investigadores.

Berlín era una fiesta

La serie no desentona con el estereotipo que uno tiene de los alemanes. O más bien ‘de lo alemán’. Todo es imperativo, exigente y autoritario, a pesar del gobierno socialdemócrata de mediados de 1929. Sin embargo, la capital germana no le iba en zaga a París, en cuanto a su vida nocturna, sus cabarets y la movida cultural de entonces –quien haya visto la película musical ‘Cabaret’, de Bob Fosse, de 1972 o ‘El Ángel Azul’, de 1930, con Marlene Dietrich, entenderá-. En materia social y política, mal o bien, los derechos individuales estaban garantizados y las instituciones de la República funcionaban, a pesar de los severos problemas financieros, la corrupción generalizada y las hordas de ‘camisas pardas’ (sturmabteilung) o SA, que ya mostraban sus filosas garras contra los comercios judíos, los militantes comunistas y los homosexuales. Aun así, Berlín era una fiesta en la que la miseria de buena parte de la población no opacaba el brillo, el glamour de las transexuales, de los performers y de las artistas de clubes y salones nocturnos.

Violencia es mentir, o mirar para otro lado

La carga de violencia durante toda la serie es alta y cruzada por una sensación que llegará a un pico, a partir de 1933, como ya sabemos, con la llegada de Hitler al poder. Mientras tanto, el ensañamiento y la agresividad son moneda corriente, a veces insinuada; otras, explícita. No pude ni quise dejar de comparar con los tiempos que corren. Y sin salvar las distancias, puesto que aquí, aunque no tengamos grupos o escuadrones armados como las SA o las SS (Schutzstaffel), hay sectores políticos y mediáticos que actúan y atacan de manera parapolicial. El gobierno de nuestro país cede el monopolio –en realidad, cede ante todos los monopolios- de la aplicación de la fuerza a los poderes concentrados del empresariado, a un sector de facto de la Justicia, a los especuladores bursátiles y a los medios de comunicación hegemónicos, tal cual como ocurría en la Alemania socialdemócrata del Weimar. Los canales 24 horas de noticias, las tapas desestabilizantes de los matutinos más conocidos, los formadores de precio, los intermediarios económicos, los fallos judiciales y las actitudes arbitrarias de los fiscales del lawfare son los camisas pardas de hoy, tan encarnizados y ensañados con destruir todo aquello que reivindique a lo nacional y a la defensa de los sectores populares. La mentira o la percepción de una realidad prefabricada prevalece a lo justo, y lo verdadero queda disuelto en operaciones burdas y mendaces. Así, cuando lo sustantivo va camino a su resolución, luego de mucho tiempo, surge otro tema con cimientos tan endebles como los del anterior, e impone el despropósito que recomienza la rueda del delirio. De la misma manera, en la serie podemos ver cómo los grupos de choque nazis destruían las vidrieras de los comercios en los barrios judíos, golpeaban a sus habitantes, al tiempo que buena parte de la población miraba para otro lado o justificaba lo injustificable, so pretexto de la ‘libertad de expresión’. En la realidad efectiva argentina, muchos, de un lado y de otro de la bendita grieta, se hacen los giles cuando le gatillan dos veces en la cabeza a la vicepresidenta de la nación, calumnian a su familia o reprimen a quienes reclaman por los cortes de luz con temperaturas que llegan a 40 grados.

El pasado llegó hace rato

Reconozco que no me hacía falta parangonar a una serie alemana con la actualidad argentina para darme cuenta de que se cocina un caldo de violencia complejo y desmedido. De igual modo celebro el cruce cultural, ya que es una historia sólida, contada de manera magistral, que muestra a la perfección y sin fisuras a los años veinte y treinta del siglo pasado. Sin embrago, explica nuestra coyuntura en la peligrosidad que encierra ceder el control del estado de derecho a las corporaciones, como si con 40 años de democracia bastara, o como si hubiéramos comprado el futuro.

 

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