Por Néstor R. Rebecchi
A mediados de los 90 solía trabajar un pasaje de un libro de Elías Neuman, con estudiantes de la Escuela Padre Carlos Mugica, que despertaba el interés de les jóvenes. Decía este prestigioso criminólogo que los Estados se las ingenian para que las sociedades les pidan lo que ellos ya tiene planificado hacer. Y daba como ejemplo el tema de las adicciones. En los medios de comunicación se suele asociar consumo con delincuencia. El éxito de los aparatos mediáticos hace que el común de la gente, cuando ve a una persona adicta, ve al mismo tiempo a alguien que es delincuente. Por lo tanto, es más factible que pidan prisión para esa persona que rehabilitación. Esa demanda social permite una represión estatal legitimada por el pedido de la sociedad. En síntesis, el Estado que quería reprimir consigue que le pidan que reprima.
Pero se debe tener en cuenta que el mensaje no es uniforme. Tiene un alto componente clasista. Si se trata de consumidores de clases altas, se les considera en situación de consumo problemático de sustancias y se les sugiere tratamiento de rehabilitación, pero si quien consume es pobre, se omite su problemática para tratarle directamente como delincuente. En el escrito al que hice mención, Neuman comparaba la cantidad de personas negras encarceladas en EEUU por cuestiones de consumo problemático y la cantidad de blancas. Obviamente, eran muchísimas más las personas negras encarceladas.
En una entrevista, Elías Neuman nos decía:
Los cultores del Derecho Penal suelen hablar de selectividad penal. Yo prefiero hablar de discrecionalidad penal y recordar una muletilla que acuñé hace años: “A la cárcel llegan los delincuentes fracasados”. Recuerdo algo muy gráfico y poético escrito por un viejo preso mexicano: “En este lugar maldito, donde reina la tristeza, no se condena el delito, se condena la pobreza”. En realidad las cárceles parecen hechas para gente de abajo. Y si se toman las historias clínicas de esas personas se va a encontrar que provienen de hogares disociados o eyectores, y ahora se agrega otro hecho que nos trae el sistema neoliberal que es la exclusión social. De modo que en las cárceles existe una suerte de cosa, yo diría arbitrariamente señalante, estigmatizadora para grupos determinados de personas. A la cárcel no van los delincuentes económicos, porque la corrupción no se castiga. |
Me permito referir una cita de Raúl Zaffaroni para asociar lo dicho anteriormente con la educación. Dice Zaffaroni: “No se puede mirar una institución penal sin poner en juego todas nuestras ideas sobre el bien y el mal”
A mi entender esas ideas intervienen en todas las instituciones en el momento de trazar sus objetivos. Como docentes, en nuestro trabajo de enseñar, también ponemos en juego nuestras ideas sobre el bien y el mal. Cuando educamos construimos nuestras respuestas desde coordenadas políticas, ideológicas, pedagógicas, humanas. Las que llevan implícitas distintas valoraciones, que en algunos casos, pueden derivar en estigmatizaciones de les estudiantes. En el libro La inclusión como posibilidad, bajo el título “Formas de nominación escolar: las categorías de alumno pobre y de alumno inteligente”, Carina Kaplan nos dice:
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La potencia descriptiva y prescriptiva de ciertos juicios escolares son el producto de un proceso sociohistórico de determinación que ha quedado encubierto por la misma lógica de los procesos sociales. Podemos definir entonces a las clasificaciones y categorías que reproduce y produce la escuela como el resultado de luchas y conflictos sociales que subyacen a la ficticia naturalidad con que se presentan en la cotidianeidad de su existencia. Las distinciones a partir de las cuales se establece una división de los alumnos, incorporaron ya desde su génesis cualidades y virtudes no exclusivamente escolares sino también sociales, laborales, y de otras esferas. (…)Uno de los nombres propios con el que se designa a los alumnos y que se ha vuelto bastante habitual, es el de “pobre” (…)Nombrar no es jamás una operación inocente; sobre todo, si el poder de nominación emana de una instancia jerárquica superior, de una figura legitimada y autorizada socialmente. (…)El nombre de “pobre” del alumno visibiliza sus condiciones sociales y, a la vez, oculta tras él sus sentidos tácitos. “Asistido estatal”, “becario”, “alimentado en el comedor comunitario”, “de padres beneficiarios de planes sociales”, son todas éstas adjetivaciones que se asocian a la representación simbólica del “pobre”, en un intento de la escuela por dar cuenta de la grande y la pequeña miseria de los alumnos que conforman las mayorías.(…) En todas las sociedades se asiste a procesos de estigmatización a través de los cuales, ciertas características se presentan como indeseables, produciendo en la mayoría de los casos situaciones de discriminación y diferenciación social. Se construye una teoría “racional” del estigma a través de la cual se explica la superioridad- inferioridad de los individuos. (…)Los actos de clasificación-estigmatización se traducen en actos de nombramiento a través de los cuales se contribuye a construir a aquello y a aquellos que se nombra. De esta forma, en general, quien es estigmatizado asume como propios los atributos con los cuales es clasificado explicando su destino como parte de su naturaleza. Por medio de los juicios, las clasificaciones y los veredictos que la institución educativa realiza, cada niño va conociendo sus límites y también sus posibilidades. Ciertos juicios pueden transformarse en estigmatizantes y estar basados en prejuicios sociales más que en supuestas características de los estudiantes.” |
Relatos en consonancia
Ese gran docente que fue Luis Cabeda me contó que en una oportunidad fue a dar una charla a una provincia del norte de nuestro país. Dada que la misma se llevaba a cabo en una escuela, se interesó por saber qué comunidades asistían a la misma. Le respondieron que algunos de les estudiante procedían de determinado pueblo originario, otres de lo que denominaban el bajo, y finalmente mencionaron a los auaches. Intrigado por la denominación de estos últimos preguntó si pertenecían a una comunidad del mismo nombre. La respuesta mereció el asombro y la indignación de Luis, dado que era la manera como les docentes denominaban a les que cobraban la Asignación Universal por Hijo (AUH). Entraban en la categoría de quienes “van a la escuela porque lo único que le interesa a los padres es cobrar un subsidio”. Más allá de la visión economicista de lo que significa en una relación costo-beneficio la escolarización de un o una joven por sus padres, donde el dinero que les ingresa suele ser menor que los gastos, la estigmatización se ponía en marcha, en términos de Kaplan, a partir de la adjetivación simbólica del pobre al que se lo coloca en un plano de inferioridad.
De mi parte recuerdo una instancia en la que fui invitado a realizar un conversatorio en un Hogar Escuela situado en una provincia del centro/oeste de nuestro país. Llegué a la escuela temprano. Me recibió un docente que se ofreció en mostrarme el taller donde trabajaba con sus estudiantes. Luego de explicarme la función de cada una de las máquinas, me mostró la producción resultante. Eran unos cepillos y escobas de altísima calidad, multicolores, con maderas pulidas y barnizadas con las cuales no daban ganas de barrer para conservar su belleza. Cuando le pregunto de qué años eran les estudiantes pensando en jóvenes de nivel secundario, me dijo: No, estos son chicos de primaria, tienen entre diez y once años. Quedé sorprendido, pero acto seguido el docente agregó: pero, ¿sabe una cosa?, con la familia que tienen, con estos pibes no se puede… Es decir, un discurso instalado socialmente pudo más que las evidencias en contrario que acababa de mostrarme. Lamentablemente para estos grupos de niñes, el maestro de taller les tiene reservado nada más que hacer cepillos, perdiéndose la posibilidad de desarrollar todo el potencial con el que cuentan.
Kaplan también hace referencia a otra categoría con la cual se estigmatiza a les jóvenes:
“Otro de los nombres propios que se establece habitualmente como parámetro de comparación entre los estudiantes es en relación al atributo de la inteligencia. En varios discursos se asocia la pobreza con la falta de inteligencia del alumno para justificar ciertos fracasos escolares.(…) Históricamente, la inteligencia ha sido uno de los instrumentos con el que las sociedades han legitimado la desigualdad social. A partir de ella se ha intentado rendir cuenta del bajo rendimiento escolar de algunos grupos vulnerables (pobres, mujeres, indígenas, inmigrantes). La inteligencia se ha constituido en una supuesta medida objetiva y universal que distingue personas o naturalezas humanas, justificando así los éxitos y fracasos sociales y educativos” |
Reflexión final.
¿Qué tendría que hacer la escuela? Carina Kaplan nos dice:
La escuela democrática reconocerá las diversas condiciones de partida de los alumnos, no como deficiencias o como puntos de llegada, sino como dimensiones que la institución deberá conocer y sobre las cuales deberá trabajar con el objeto de generar estrategias que posibiliten una disminución de los diferenciales de poder entre los sujetos pertenecientes a los distintos grupos y clases.
Vivimos una época donde la clase económicamente dominante, al hacerse del Estado, se vuelve también políticamente dominante. Cuando ello sucede adquiere nuevos modos para la represión y la explotación de los sectores oprimidos.
La instrumentación del odio como estrategia política, tan utilizada en estos tiempos, requiere previamente la estigmatización del otro como ser indeseable.
Por lo tanto debemos ser muy cuidadosos al momento de nominar a estudiantes, no sea cosa que nos convirtamos en reproductores de las relaciones de dominación aunque levantemos las banderas de justicia e igualdad.