TARDA EN LLEGAR, Y AL FINAL HAY RECOMPENSA

Por Susana Reyes
Cuando llegué al Vesubio compartí cautiverio con Rosa Taranto, tenía 22 años, dos más que yo, y un embarazo de 8 meses. Estaba su compañero Horacio Altamiranda, del lado de los varones. Ellos tenían dos hijos pequeños. A fines de agosto, Rosita fue llevada a parir, le iban a hacer cesárea porque todavía no estaba en fecha de parto. Se la llevaron a otro lugar, luego supimos que fue Campo de Mayo. Partió con la idea de que le darían su bebé a la abuela pero volvió al Vesubio sin haber visto a su hija o hijo. Llegó muy triste, diciendo que lo único que pudo ver es que la cuidaban monjas. A partir de ese momento supimos lo que pasaría con nuestros hijos.
Mis compañeras de Vesubio, todas mujeres comprometidas con un proyecto político en momentos en que estaba en juego la vida y la muerte. Hijas de la “madres” que no pararon de buscarlas.
Rosa Taranto
Hubo entre nosotras actos de amor, en medio del horror, que nos unieron para siempre. Estos actos de amor eran actos de resistencia.
Años despues, mientras trabajaba en el Isauro, una tarde recibí un llamado. Una voz extraña, pero por algún motivo familiar, venía nuevamente a fundir el ayer con el hoy. Era Belén, la hija de Rosita Taranto, Hacia treinta años la había visto partir dentro de un vientre, y ahora aparecía de cuerpo presente para descubrir aquel misterio que ni su madre pudo develar: que había nacido mujer y hermosa.
Hicimos una cita, aprovechando mi viaje a un Congreso Pedagógico en Córdoba, donde asistí con compañeras del Isauro, quedamos en encontrarnos en un bar de esa ciudad donde ella vive. Lo primero que noté fue su parecido inmenso con Rosita. La vi parada en una esquina, y supe que era ella porque fue como volver a encontrarme con su madre.
Después vinieron las preguntas, los ojos llenos de asombro ante tanta historia oculta. En un momento me dijo que sentía que todo esto le estaba pasando a otra, que no era a ella.

Hasta ese momento su vida fue confusa, con retazos sueltos de un rompecabezas que recién en el momento que se hizo el análisis de sangre para poder hacer la prueba de ADN necesaria que confirmó, al poco tiempo que era hija de Rosa Taranto y Horacio Altamiranda. Su abuela Irma la buscaba desde hacía años. Me relató todo ese día con el asombro de quien descubre otro mundo. Le conté que su mamá era una mujer alegre, que aún en medio del desasosiego, daba ánimo a todos.

Horacio Altamiranda
Que cuando llegué al Vesubio la conocí gestionando colchones con los secuestradores para las embarazadas. También le conté que la esperaba ansiosamente, que tenía ganas de besarla, de contarle cuentos al dormir, de presentarles a sus hermanos y a su papá, de vivir el sueño de un mundo mejor. Rosita y Horacio continúan desaparecidos. Belén hoy tiene su identidad con los apellidos de sus padres.

 

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