APOROFÓBICOS: EL ODIO AL POBRE COMO BANDERA

 

Por Néstor Rubén Rebecchi.

 

Aporofobia “rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado que, al menos en apariencia, no puede devolver nada bueno a cambio”

La palabra “aporofobia” es un neologismo acuñado por la filósofa Adela Cortina en 1995. En uno de los videos donde aparece la autora, comienza diciendo:

               “la corrupción del carácter consiste en admirar a los ricos y despreciar a los pobres”.

En un sentido más amplio, la aporofobia se manifiesta en una doble actitud muy reconocible en la vida cotidiana: en primer lugar, una tendencia a tomar partido por los mejor situados, de quienes se puede obtener algún beneficio; y, en segundo lugar, una propensión a ignorar a los más vulnerables, que no parecen poder ofrecer ventaja alguna. Podemos decir que es el rechazo a una persona desclasada y que se encuentra en situación general de vulnerabilidad.

Adela Cortina sostiene que el origen de esta patología social se encuentra en la expectativa de reciprocidad. Explica que vivimos en sociedades contractualistas, en las que la cooperación está basada en el principio del intercambio. La sociedad se rige por ciertas normas de reciprocidad indirecta fundamentadas en la idea de que “el juego de dar y recibir resulta beneficioso para el grupo y para los individuos que lo componen”.

 

 

Arquitectura hostil a los pobres
Aruqitectura hostil a los pobres

El pobre, el marginado, el vulnerable, no participa en ese juego del intercambio porque no parece que tenga nada bueno que ofrecer a cambio, ni siquiera indirectamente.

A nivel ideológico, la hegemonía del pensamiento neoliberal, basado en el individualismo, la competitividad y la meritocracia, presupone que el éxito sólo depende de la voluntad, el esfuerzo y el talento, y que nada tienen que ver las circunstancias socio-económicas del país de nacimiento, la salud, o el capital social, cultural o económico de la familia de origen.

En vez de entender la pobreza como un fracaso social, se reacciona despreciando y culpando a los pobres de su situación, o en el mejor de los casos, aplicándoles una presunción de culpabilidad.

La autora dirá, con un dejo de ironía, que

en materia educativa hay una excelente noticia: el cerebro es plástico, y esa es la base de la educación. Podemos cambiarlo, podemos forjarnos nuestro propio cerebro, nuestro propio carácter, nuestras propias tendencias y predisposiciones, y en ese sentido hay en la educación una tarea impresionante, porque la aporofobia va en contra de la dignidad humana y en contra de la democracia. La democracia debe ser inclusiva, la aporofobia es excluyente. El tema es educativo, pero sobre todo institucional: hay que acabar con la desigualdad en el siglo XXI”

Pero en nuestras tierras, paradójicamente, la aporofobia se convierte en bandera de algunos sectores políticos y sociales que sacan provecho del pasaje de sociedades conformadas, al decir de Albert Camus, por solitarios solidarios, a las actuales, integradas por aislados antagónicos, fomentando el odio y la destrucción.

Para muestras, bastan botones

El odio al pobre al que hice referencia en los párrafos precedentes es manifestado por los integrantes de la Alianza Cambiemos sin prurito alguno. Abarca distintos ámbitos de la vida, siendo el educativo el que mayor ensañamiento les merece.

Entre sinceridades e inconscientes que traicionan, se lo puede detectar en los discursos de funcionarios.

Quizá recuerden algunas de estas frases:

“Todos sabemos que los pobres no van a la universidad” (María Eugenia Vidal, ex gobernadora de la Pcia. de Bs. As.),

“Con nosotros se terminó la pedagogía de la compasión” (Alejandro Finocchiaro, ex ministro de Educación de la Nación)

“Nos alegramos que todos los días haya un joven más preso” (Esteban Bullrich, ex ministro de Educación de la Nación)

“La droga mata a los pobres como a la gente normal” (Gabriela Michetti, ex vicepresidenta de la Nación)

Frases que ponen en evidencia que no les interesa que los pobres puedan acceder a estudios universitarios, que están dispuestos en implementar una pedagogía de la crueldad, que prefieren al joven privado de libertad y no en una escuela trabajando sobre las diversas formas de socialización, y que los pobres conforman un grupo de anormales que responden a cuestiones genéticas y no son la consecuencia de relaciones sociales y económicas de explotación que generan mayor desigualdad.

En cuanto a los hechos, más allá de su componente meritocrático, dejan traslucir ese sentimiento aporofóbico.

Hace unos meses nos enteramos que el gobierno de CABA quitó el subsidio Ciudadanía Porteña a 1.445 familias por no contar con el 85% de asistencia a clase de niños, niñas y jóvenes. Esto responde a una lógica extorsiva que utiliza como herramienta la punición. No se piensa en las causas por las que las familias no envían a sus hijos/as a la escuela, sino en el castigo que deriva en la quita de recursos que suelen ser escasos.

Aporafobia, Miguel Villalba Sánchez

La reducción del presupuesto educativo alguien lo “paga” o, mejor dicho, hay quienes se ven perjudicados por la falta de los recursos necesarios para el acompañamiento de las trayectorias escolares. Y los alguien y los quienes, son los pobres.

Por otro lado, mientras en las escuelas se buscan acciones contenedoras y reparatorias, desde el Ministerio de Educación de CABA se transforman las situaciones de vulneración de derechos en expedientes, burocratizando de esa manera su abordaje e imposibilitando la intervención de los equipos directivos y docentes en los tiempos necesarios que demandan las resoluciones de los conflictos. Además debe tenerse en cuenta que dado el vaciamiento de recursos en el sistema de salud y organismos de protección de derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, las escuelas, a partir de posicionamientos éticos, elaboran respuestas de cuidado forzando la construcción de redes con instituciones del Estado que parecen no estar disponibles para las demandas personales y, al mismo tiempo, con organizaciones de la comunidad que se caracterizan por el conocimiento territorial. Es decir, los equipos de conducción y los equipos docentes, ante el desinterés o las falencias del Estado, son quienes garantizan a partir de una consciencia social, política, pedagógica, humana, el derecho social a la educación.

Una libra de carne

Son aporofóbicos. Odian a los pobres, a los desamparados. En esta gente hay algo más que odio de clase. Responden a un esquema de pensamiento totalitario.

Al respecto, Stéphane Mosés, sostenía que:

“El pensamiento totalitario, globalizador o único, es un pensar que se sostiene a sí mismo con vocación de pureza, sin mezclas ni mestizajes. Su lenguaje y su discurso se quieren objetivos, atenidos a la “realidad”. Es un pensar donde las categorías éticas no ocupan ya ningún lugar. El pensar totalitario es un pensar que no mira a los ojos. Que ordena desde la prepotencia de quien todo lo sabe, organiza y decide. Se atiene al principio del todo es posible. Es un pensar sin el otro o, incluso, contra el otro.”

Lamentablemente así piensan, lamentablemente así son. Lo realmente trágico, es que en el escenario político aparecen algunos personajes que son siniestros, con los cuales compiten para ver cuales de ellos resulta más inhumano.

Las peores ideas del neoliberalismo europeo están llegando a nuestro país de la mano de personajes de apariencia circense. El pedido de libre comercialización de los órganos que propone uno de los precandidatos a la presidencia de la Nación,} es la antesala de peores atrocidades. Ya en una de nuestras provincias se había presentado un proyecto para pagar las multas de tránsito con donaciones de sangre, que la cordura pudo sofrenar. Quizá lo próximo será que paguemos deudas entregando una libra de nuestra carne como en el Mercader de Venecia. Llegado ese momento me imagino a Shakespeare, abrazado a Marx, diciéndole: tenías razón Karl, la vida se da como tragedia y se repite como comedia.

Vivimos la época, dice Érik Sadin, que nos mostrará una feroz lucha entre Thanatos y Eros, entre aquellos movidos por la pulsión de destrucción y los que están animados por la firme intención de construir y por el principio de la esperanza.

No obstante, dice Sadin, “la Historia siempre está por recomenzar, y nos ordena que volvamos permanentemente a la cuestión política y civilizatoria fundamental: la de la viabilidad, la de la calidad y la justicia de los lazos que deben prevalecer entre los individuos y el conjunto común. Esta cuestión se impone -probablemente en una medida sin precedentes- como el desafío crucial de nuestra época.”

Hoy más que nunca, es necesario apelar a la responsabilidad individual de cada uno de nosotros.

Que así sea.

 

 

 

 

 

 

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