LAS POLÉMICAS DE ERNESTO GIUDICI CON EL PARTIDO COMUNISTA ARGENTINO.
Por: Maximiliano Molocznik.
Ernesto Giudici (1907-1992) fue un importante y reconocido dirigente del Partido Comunista. Comenzó su militancia en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina, en la década de 1920. A lo largo de su dilatada trayectoria polemizó en reiteradas oportunidades con la ortodoxia stalinista cuestionando, desde la teoría y la praxis, ese marxismo liberal que era producto del seguidismo que el PC hacía de la burguesía argentina.
A menudo se ha querido presentar al Partido Comunista como un todo homogéneo, una suerte de “aparato cultural” sin fisuras. Este planteo además de ser estático y funcionalista desconoce trayectorias críticas como la Giudici y sus aportes y, por ende, desconoce también la enorme gama de matices que caracterizaron, desde su formación a ese partido.
Para Giudici la cultura no era ni un mero reflejo mecánico de la economía, como sostenía el dogma partidario basado en los manuales soviéticos, ni un universo de ideas que “flotan” con autonomía absoluta de las condiciones socio-históricas. Estaba convencido de que las polémicas teóricas y filosóficas no expresan automáticamente a las clases sociales.
Su primera socialización política se dio en el marco culturalista de la Reforma Universitaria de la mano de los socialistas de izquierda Deodoro Roca- famoso redactor del Manifiesto Liminar de la Reforma- y Gregorio Bermann. Este, en su libro de 1946 “Juventud de América” presenta a Giudici como uno de los militantes más entusiastas.
Esta amistad con Deodoro Roca- a pesar de que polemizan fuerte sobre la figura de León Trotsky a quien Giudici no reivindica- lo acerca a la “hermandad de Ariel” y lo hace alejarse del frío DIAMAT soviético. Su mirada del socialismo es claramente humanista, de rechazo a los valores del mundo burgués y está munida de una comprometida protesta romántica anticapitalista.
En 1930, mientras otros dirigentes estudiantiles de izquierda llamaban “fascista” al gobierno de Hipólito Yrigoyen, él se opuso al golpe del 6 de Setiembre y explicó a los estudiantes que nada tenían que esperar de positivo del nuevo gobierno. Por estas acciones debió exiliarse en Montevideo hasta 1932.
En ese mismo año publica su primer libro “Ha muerto el dictador, pero no la dictadura”, donde reflexiona críticamente sobre el legado político de José Félix Uriburu.
A diferencia de otros marxistas de la época que no le daban importancia a la cuestión nacional y a la perspectiva latinoamericana, Giudici se propone pensar estas cuestiones y tratar de articular creativamente marxismo y latino americanismo.
Admirador de Vasconcelos y Waldo Frank analiza las figuras del gaucho y del indio desde lo latinoamericano y no desde el registro liberal sarmientino imperante en el PC. Esto lo llevará, también en 1932, a sostener una interesante polémica con el grupo universitario Insurrexit coordinado por el joven Héctor Agosti- un hombre que será, con el paso de los años, uno de los cuadros culturales más importantes del partido- a quien le critica su incomprensión de la cuestión nacional, su línea obrerista y economicista y, sobre todo, le objeta su caracterización de la Reforma Universitaria como idealista y pequeño burguesa.
En 1934 se afilia al PC luego de haber estado vinculado un tiempo al Partido Socialista del que se aleja sosteniendo una dura polémica con Nicolás Repetto y la dirigencia por el carácter reformista de su praxis política. Los había fustigado desde su periódico Cauce, publicado desde setiembre de 1933 a mayo de 1934.
Tampoco tardará en entrar en polémicas con la conducción del PC. La primera de ellas se produce cuando, en 1935, Rodolfo Ghioldi, desde la Revista Claridad y hablando de la intelectualidad universitaria califica a Giudici como “idealista y cretinista intelectual”, en una muestra palpable del sectarismo imperante en el partido.

En 1936 realiza una importante tarea política en los medios antifascistas siendo secretario del Comité de Ayuda a las Víctimas del Fascismo y editor de la revista Contrafascismo.
Ejerce también el periodismo registrándose colaboraciones suyas muy importantes en el diario Crítica y en las revistas Claridad, Orientación y Argumentos, esta última con Rodolfo Puiggrós.
En 1938, publica su segundo libro “Hitler conquista América” donde denuncia la penetración del nazismo en nuestro continente.
Sin embargo, será la publicación de su tercer libro, en 1940, “Imperialismo inglés, liberación nacional” cuando entrará en una dura polémica con el jefe del PC, Victorio Codovilla. Giudici plantea tres grandes hipótesis, a saber:
- Si bien podían perdurar en el país zonas de explotación feudal o semi feudal, eso no impedía que el país fuera capitalista.
- El desarrollo industrial capitalista y la crisis agraria de un campo que ya no era feudal harían surgir nuevos grupos que no encontrarían lugar en la política tradicional (prefigura la base social del peronismo).
- Si bien debe mantenerse la solidaridad con la U.R.S.S hay que priorizar la lucha contra el imperialismo en Argentina y América Latina.
El libro era, entonces, una verdadera herejía dado que el PC “movía” su antiimperialismo conforme a la política exterior de Moscú. Giudici no sólo se negaba a seguir hablando de “oligarquía” para suplantarla por el término “burguesía ganadera”, sino que avanzó un paso más en la “herejía” condenando por igual a los dos imperialismos que estaban en pugna en la guerra europea.
Este planteo recibió el caluroso apoyo de hombres como Raúl Scalabrini Ortiz. Codovilla le respondió en el folleto “Por la libertad y la independencia de la patria” cristalizando los argumentos de la ortodoxia: el campo era feudal y la revolución debía ser agrario-antiimperialista acompañando a la burguesía.
Aparte, le “explicó” que al imperialismo inglés hay que apoyarlo porque es… “democrático”. Giudici, al igual que en sus polémicas con Rodolfo Ghioldi, tendrá que acatar la disciplina.
Otra polémica importante es la que emprenderá, en 1954, con Emilio Troise. Debemos recordar que la expresión filosófica “oficial”, entendiéndose por tal la que seguía la línea soviética del partido, estuvo a cargo de Troise en su libro “Materialismo dialéctico. Concepción materialista de la Historia” (1938). Este libro será la principal sistematización filosófica redactada por un comunista local.
Troise se identificaba con las tesis de Bujarin, Rosental y Stalin, aunque vemos también que, curiosamente, postulaba la tesis del marxismo como filosofía de la praxis siguiendo al italiano Antonio Labriola. Esto lo obliga a una permanente oscilación entre la ortodoxia del DIAMAT y la incorporación de Rodolfo Mondolfo, Henry Lefevre y el concepto de filosofía de la praxis.
No debe sorprendernos esta aparente contradicción. Deudor intelectual de Aníbal Ponce, Troise trabajó junto a él en la AIAPE (Asociación de Intelectuales, Artistas y Periodistas) de la que fue presidente entre 1938 y 1942 además de ser amigos personales. He allí su “contaminación”, las “fisuras” de la ortodoxia y, como decíamos, la importancia de los matices.
Aunque no está en desacuerdo con los tópicos de su libro, Giudici instala la polémica para aprovechar el reducido espacio de la crítica para expresar una disidencia que no podía realizar a viva voz. Troise se ofende pues considera, con razón, que las críticas de Giudici a su libro no existen. Giudici plantea que el “frente filosófico” del partido es endeble por ausencia de polémica.
Esta vez no le responde Codovilla, como en 1940, sino que lo hace con gran dureza, Rodolfo Ghioldi acusándolo de escribir con “tonos magistrales”, de leer con demasiado “cariño” a los filósofos burgueses y de utilizar categorías de análisis ajenas al marxismo. Por último, niega la supuesta debilidad del frente filosófico al considerar que lo que hay son “francotiradores” que no se encuadran en él.
Fin de la polémica, triunfo del dogma. Sin embargo, la polémica conceptualmente más rica la tendrá, entre 1956 y 1957 con el filósofo Carlos Astrada a propósito de la llamada “teoría del reflejo”. Este, que desde una matriz marxista se había acercado al peronismo entre 1948 y 1955 publica, en 1956, Hegel y la Dialéctica.
En la parte más olvidable de la crítica Giudici arremete contra Astrada al caracterizarlo como “ahijado” de Coroliano Alberini y la trenza de docentes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Lo enjuicia por sus artículos en el Diario Nacionalista Choque y lo acusa de antisemita ya que, tras su viaje a Alemania no solamente se habría olvidado del universo cultural de la Reforma, sino que se trajo “una esposa furiosamente nazi y la filosofía de la barbarie hitleriana”.
Desde el punto de vista teórico -lo más interesante- Giudici considera, al revés de Astrada, que la lógica del conocimiento tiene tiempos específicos y que en el método dialéctico el proceso epistemológico es, al mismo tiempo, histórico y lógico. Es decir, que hay una unidad entre la historia y la lógica.
Giudici considera que la formación “clásicamente germana” de Astrada le impide comprender la importancia de la cultura filosófica francesa. Mientras Astrada detesta a Henry Lefevre Giudici lo reivindica.
En 1957 Astrada intenta responder en la revista oficial de cultura del PC, Cuadernos de Cultura, que no le publica su carta. Lo hará, entonces, desde la Revista Estrategia dirigida por Milcíades Peña. Desde allí, le reconocerá a Giudici su amplitud de miras, pero se mantendrá firme en su crítica a figuras como Marcuse, Althusser y el resto de las autoridades filosóficas francesas.
A pesar de que la polémica adquiere, por momentos, tonos altisonantes ambos comparten varios elementos comunes: una formación juvenil culturalista y antipositivista, aceptan la categoría dialéctica de “totalidad” que los aleja del materialismo mecanicista y comparten la apuesta por un marxismo humanista aceptando sus raíces hegelianas.
Cuando Giudici es detenido por la policía, en 1962, el primero que firma el petitorio para su liberación es Carlos Astrada.
Durante los años 60 será jefe de redacción del diario comunista La Hora y del semanario El Popular.
El 30 de octubre de 1973, luego de toda una vida militante, renuncia al PC cansado del “burocratismo” y del “sectarismo”, reivindicando la necesidad de un socialismo nacional popular y latinoamericano. En las palabras finales de Carta a mis camaradas escribe: “No renuncio al comunismo. Y porque no renuncio al comunismo es que renuncio a un Partido en el cual ya no puedo ser comunista”. El texto de renuncia, dirigido al secretario general el 30 de octubre de 1973, era por demás escueto y elocuente: “Presento al camarada secretario general mi renuncia de afiliado al Partido Comunista, en el cual y desde el cual realicé durante cuarenta años mi militancia revolucionaria”.
Critica también con dureza el apoyo del PC a la dictadura militar, aunque, en 1982 apoyará la Guerra de Malvinas.
Sus libros más importantes de este período son: Carta a mis camaradas (1973) y Alienación, Marxismo y trabajo intelectual (1974).
Afectado por una enfermedad incurable decide quitarse la vida el 6 de junio de 1992 dejando una trayectoria política aquilatada y un ejemplo claro de intelectual crítico y contra hegemónico.
A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida en un partido que ahogó sus intentos de renovación teórica y política, debemos rescatarlo como uno de los pocos intelectuales argentinos que abordó una cuestión importante y necesaria, que aún no ha sido resuelta: la relación del marxismo con la cuestión nacional y latinoamericana.
Fuentes:
Kohan, Néstor: De Ingenieros al Che, BsAs, Biblos, 2000 (113-171).
Tarcus, Horacio: Diccionario Biográfico de la Izquierda Argentina, BsAs, Emecé, 2007, (263-265).