Por Jorge Sad Levi
Las redes se llenan de videos con sonidos que hacen las plantas, los sonidos que hace el telescopio Hubble, el sonido de los glaciares rompiéndose. El ASMR genera un interés por la microfonía que hace que adolescentes logren grabar, muchas veces muy bien, los pequeños sonidos de la vida cotidiana, habitualmente imperceptibles, como los deslizamientos de un cepillo sobre el pelo, o la masticación de una fruta, convirtiendo ese hecho cotidiano en una forma sonora interesante, digna de atención y capaz de deparar placeres impensados. Algunxs inclusive llegan a generar tal circulación que logran monetizar la actividad.
Proliferan los “sound studies”, los “aural studies”, el “arte sonoro” , seguramente deudores del budismo occidental de John Cage, el estudio del paisaje sonoro del canadiense Murray Schaffer en los 70 y la música concreta que nació en Francia a mitad del siglo pasado.
En la filosofía el “giro auditivo” sobre todo de la mano de Jean-Luc Nancy, Peter Szendy y Mladen Dolar, los notables estudios sobre la voz desde el psicoanálisis de Janine Abécassis y Michel Poizat influyen fuertemente en la consideración académica del tema al que se le dedican congresos, conferencias y maestrías.
La sociología tampoco queda exenta del penchant sonoro y proliferan los estudios sobre momentos históricos y sus sonoridades, así los bombardeos del 55 o de períodos más recientes se convierten en objetos de estudio, que intenta ignorar la naturaleza fantasmática del sonido, como si nombrar o aludir los sonidos pudiera re-construir una escucha singular, específica[1].
Se olvida que los fenómenos históricos estan en contigüidad con sus sonoridades, pero no necesariamente son simbolizados por estas, a menos que partiendo de esa situación básica, algo está al lado de otra cosa, se desee establecer una semiótica compleja.
Pero el sonido que me interesa, tanto como investigador en semiología como compositor, no funciona de esa manera. Como si se nos requiriera convertirnos en una especie de Funes el memorioso del sonido, el sonido particular, singular, encarnado en la memoria y la imaginación prevalece sobre la materia bruta, no escuchada del cotidiano: Me interesa el sonido de la guitarra tocada en ese pequeño cuarto de mi adolescencia con esa sonoridad específica y hasta esa leve desafinación a la guitarra genérica. El recuerdo de la voz de un ser querido en un pasillo resonante y reverberante que su voz en abstracto, un grito de gol en Racing Newells en el 67 suena en esa memoria corpórea de manera totalmente diferente a cualquier otro gol. Esos sonidos son los que me interesan. Los que porta la memoria.
De hecho hay sonidos bellísimos que son inaudibles, y que no son patrimonio de los compositores. Le sugiero al lector/a que en este mismo momento haga la prueba de imaginar un sonido bello y verá que es posible. Y , por otra parte todo lo que suena no es objeto de interés estético ni de valor. El valor del sonido es que está en lugar de otra cosa, aunque esa cosa sea él mismo.
Michel Chion por ejemplo, propone todo lo contrario: independizar los sonidos de sus causas y de su contexto nos pone en condiciones de entrar en un ensueño de la imaginación, pienso en Gaston Bachelard y las materias sutiles a las que alude.
Parecería que todos los esfuerzos por dar cuenta de lo sonoro, de “la escucha” de la “audición” ¡como si fuera una! no logran ampliar ni un milímetro la noción de música.
A la música contemporánea se la suele ligar, no sin razón, a una actividad extremadamente profesionalizada y elitista. Sin embargo, tras esa realidad de clase ( ¡en las 50 manzanas donde están los bancos tambien están los auditorios de música contemporánea!), y a pesar de los esfuerzos de muchos compositores que denuestan la música popular y consideran que es equivalente a música comercial, granjeándose una antipatía más que justificada de sus colegas y público, hay algo a escuchar ahí, hay un malestar, una existencia problemática de lo sonoro en nuestra sociedad que no se resigna a la ultracodificación, a las superficies tersas y pulidas que tiene la música en radios, festivales, grandes estadios de la misma manera que en el cine los grandes relatos de Hollywood dejan fuera la existencia de quienes no gozan de la dicha de ser extraordinarios.
Se revindica la filosofía de Byung- Chul-Han pero la crítica a las superficies tersas y la valoración de las rugosidades no aplican a la música.Los pioneros de la música concreta en los años 50 del siglo pasado podrían haber imaginado que luego de cierto tiempo la noción de música iba a extenderse de tal forma que un habitante del mundo, en el futuro, entendería la idea de un tal arte y mas allá del gusto. El músico argentino Diego Montes radicado en España escribe en mi muro de FB “El escuchar música es prestar atención. Sería de alguna manera ideal intentar descifrar algo sin esperar lo que esperamos siempre: que lo que escuchamos nos conmueva inmediatamente”.
No ocurre. Esperamos siempre ser conmovidos, y pronto. Y el problema no está en el sonido, vemos como los sonidos que circulan y atraen generan juicios de valor y de gusto en sus oyentes, traducidos en likes y seguidores, sino en la palabra música.
Música es lo que yo deseo que sea música
Al llegar a la plaza el pasado 25 de mayo escuchando a las mismas multitudes sonoras que llenaban la plaza a las que se refería Perón, pero en el presente y desde mi propia escucha, situada y corpórea, me preguntaba cómo podría ser que alguien llame música a ese magma sonoro y a la vez rechazara la musicalidad de la música contemporánea.
Ya hace unos años (cinco) escribí un artículo teórico en el que hacía un paralelismo entre este famoso discurso de Perón en el que bautiza como música la expresión de las multitudes sonoras y la música de Ianni Xennakis, un compositor griego, radicado en París , discípulo además de Le Corbusier, miembro en su juventud del Ejercito Liberación Griego, quien inspirado en las manifestaciones de la Resistencia de las que participa en su país , desarrolla un lenguaje musical basado en masas de sonidos fluctuantes (imaginen como si algun compositor hubiera anotado cada una de las voces gritando y hablando en una marcha, como la del 19 y 20 de diciembre de 2001 y se la hubiera hecho tocar a una orquesta de 100 músicos).
La pregunta es ¿por qué podemos entender sin chistar la metáfora de Perón calificando como música a una masa sonora caótica de lo que convencionalmente llamamos ruido, pero no podemos entender, al menos facilmente la música de Xennakis como música?. ¿Por qué podemos fascinarnos con el ASMR , pero no podemos concebir que exista una música hecha con sonidos semejantes?.
Por ejemplo, “Dos piezas para una puerta” del compositor argentino Jorge Rapp, pionero de la música concreta ( y mi primer maestro de composición) articula un discurso perfectamente musical que no proviene de los instrumentos de música.
Carmelo Saitta, otro de los grandes compositores argentinos, en La maga o el Angel de la noche, recurre a instrumentos de percusión, transfigurándolos de tal manera que la mayor parte del tiempo son irreconocibles, pero que crean una nueva orquesta, capaz de reenviarnos al mundo imaginario de una música previa a la conquista de América, o para decirlo con palabras del compositor, una música Americana, no folklórica.
Los “ruidos de la naturaleza” que nada tienen que ver ni con el new age ni con el paisaje sonoro, sino con modelos profundos de la evolución del sonido en su propia materia, son fuentes de inspiración para compositores argentinos, como Beatriz Ferreyra y Daniel Teruggi , radicados en Francia hace ya muchos años, que abordan la metáfora del pájaro, la condición sonora de pájaro, en obras de una belleza estremecedora.
Tambien recordámos “El pájaro” , la obra del compositor Francisco Kröpfl en homenaje a su esposa, Alicia Paez, que lamentablemente no está subida en la web ni en los servicios de streaming, por esas maravillas de las políticas culturales de nuestro país.
Sonidos, ruidos, músicas, silencios son categorías móviles. Si puedo sacar del freezer las certidumbres acerca de qué es cada cosa podría darse ese pequeño milagro que es escuchar. Mauricio Kagel , otro compositor argentino sostiene que “escuchar es espantoso”. Y lo es sin duda en la medida en que nos hace concientes del paso del tiempo.
Escuchar es un bien tan escaso que quien logra apropiarse de ese acto es capaz de conducir, multitudes. Como en este, nada lejano, y muy presente , 25 de mayo pasado.
[1] una escucha singular incluiría el terror suscitado por las bombas, ya que si uno era capaz de escuchar esos sonidos era porque estaba relativamente a tiro de ellas. En el caso de una multitud en la plaza, lo que hubiera escuchado un participante no habría sido el el fragor masivo en primer plano, sino las voces de los próximos. El único que escucha a la multitud es aquel situado arriba en lo alto y lejos. Los sesudos estudios lo pasan por alto. Solo se ocupan del sonido en general. No de la escucha de alguien específico.