Por Néstor Rubén Rebecchi
¿Cómo evolucionó la pobreza en nuestro país en las últimas décadas?
Una pregunta que para muchos de nosotros es relevante, no porque nos interesen las estadísticas en sí mismas, sino porque dan cuenta de la situación que vienen padeciendo nuestros y nuestras compatriotas.
Yendo a los números que arrojan los guarismos de los últimos 30 años, sin dejar de considerar las diferencias en algunas de las mediciones, podemos decir que durante el gobierno de Menem la pobreza pasó de un 30% en 1992 a un 40% en 1999.
Durante la presidencia de Fernando De la Rúa la pobreza aumentó nuevamente: en octubre de 2001, dos meses antes que renunciara, la pobreza alcanzaba al 46% de la población -medido con la vara actual-. Sin embargo, tras la sucesión de tres presidentes en una semana, en octubre de 2002 y ya bajo el mandato de Eduardo Duhalde (PJ) la pobreza siguió aumentando y llegó al 66%.
En mayo de 2003, cuando Duhalde entregó el poder a Néstor Kirchner (Frente para la Victoria), la pobreza era del 62%. En el gobierno de Kirchner se logró bajar este indicador, llevándolo a casi el 37% en todo el país en el segundo semestre de 2007. Esta caída de más de 20 puntos se debió principalmente “a las políticas de recomposición de ingresos” fomentadas por el gobierno de Kirchner.
Fernández de Kirchner asumió en diciembre de 2007 y en su primer mandato logró bajar este indicador del 37% al 28%, según la actual vara. Sin embargo, en su segundo mandato la pobreza habría aumentado nuevamente hasta el 30%. Así, en el total de su mandato, la pobreza habría bajado de 37% a fines de 2007 a 30% a principios de 2015 (los datos de finales de 2015 no se publicaron por la emergencia estadística del INDEC).
Los datos del INDEC para el gobierno de Cambiemos -que son comparables con los del CEDLAS- muestran que en la segunda mitad de 2019 la pobreza llegó al 35,5% de las personas y la indigencia al 8% de los argentinos, siendo los niveles más altos desde 2008 para los segundos semestres.
Es decir, “claramente” la pobreza subió durante los años de Cambiemos.
A poco de asumir Alberto Fernández, un hecho que no podemos omitir: la pandemia del coronavirus que llevó a todo el país al aislamiento. En la segunda mitad de 2020 la pobreza subió al 42% y la indigencia se mantuvo en los mismos niveles que en el primer semestre (10,5%).
El INDEC informó que en el segundo semestre de 2022 el 39,2% de las personas se encontraban bajo la línea de la pobreza y el 8,1% por debajo de la línea de indigencia. La nueva cifra de pobreza marca una suba de 1,9 puntos porcentuales con respecto a los datos de igual período de 2021 e indica que sigue por encima de los niveles registrados previos a la pandemia (35,2% en el segundo semestre de 2019).
Hasta aquí los datos que fueron extraídos del sitio chequeado.com, basados en estadísticas del INDEC, del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad de La Plata, del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Pobreza y modelos económicos
Teniendo en cuenta los datos anteriores, podemos decir, sólo para tener una referencia, que en los últimos 30 años el rango de los mayores indicadores de pobreza en los distintos gobiernos oscila entre el 30% y el 66%, aunque este último porcentaje lo podemos considerar excepcional (¿lo será?).
Los programas económicos predeterminan quiénes serán los sectores beneficiados y perjudicados por los mismos. El porcentaje de incluidos y excluidos siempre está implícito en el modelo a seguir.
Podemos prever, de no mediar acciones reparadoras de parte del Estado que, como consecuencia del aumento de la pobreza y la indigencia, niños y jóvenes se incorporen a “un mundo del trabajo” signado por la explotación y como consecuencia de ello se incremente el ausentismo, la repitencia, el abandono y la exclusión escolar.
Hoy en CABA ocurre algo muy particular: los jóvenes egresan del secundario sin recibir su título. Las posibilidades que brinda un título se ven como mediatas y se postergan a los efectos de satisfacer situaciones acuciantes. El mundo del trabajo informal aparece como un salvavidas (por lo general pinchado) para paliar el hambre.
Cuestión que puede agravarse de acuerdo a quiénes se impongan en las próximas elecciones. Tanto para los candidatos de Juntos por el Cambio, como para Javier Milei, el individualismo es la base de la construcción teórica que fundamenta el crecimiento y la meritocracia la justificación de las jerarquizaciones alcanzadas en una sociedad en base al merecimiento, enmascarando a aquellas que se lograron en base a privilegios. Al respecto, Joseph Stiglitz (2012), Premio Nobel de Economía, en su libro El precio de la desigualdad, sostiene que:
“el 90% de los chicos que nacen en hogares pobres mueren pobres por más capaces que sean. Más del 90% de los chicos que nacen en hogares ricos mueren ricos por más estúpidos que sean. Por lo tanto, el mérito no es un valor” |
Los “orígenes” (“la cuna”) para el autor es un factor cuasi determinante en el desarrollo personal, agravado, me permito agregar, por un contexto mundial dominado por una plutocracia universal donde “las mayores 85 fortunas del planeta poseen la misma capacidad adquisitiva que los 3.500 millones de personas más pobres” según un estudio realizado por la ONG Interpón Oxfam, vinculada entre otras multinacionales con la Coca Cola.
Es decir, volvemos a atravesar una situación paradójica, donde aquellos que en sus historias individuales se vieron beneficiados por la herencia nos hablan de la importancia del mérito, y al mismo tiempo que buscan condenarnos con sus políticas económicas regresivas nos tratan de convencer de la capacidad de adaptación individual desde los peores contextos; y para ello reinstalan y manipulan el concepto de resiliencia.
Prédica y políticas neoliberales
Por otra parte, los modelos neoliberales se presentan a sí mismos como los únicos que pueden garantizarnos alcanzar la tan mentada “igualdad de oportunidades” en una vida signada por la competencia desenfrenada, cuando en realidad omiten que, si bien todos podemos llegar a tener la posibilidad de estar en la misma línea de largada para comenzar una carrera (siguiendo su metáfora predilecta), algunos competidores utilizan zapatillas deportivas y otros tienen atados adoquines en los pies.
Dice Gentili al respecto: “la competencia suele partir de un mito originario, una invención, una ficción que asume la fuerza de un saber social de significativa relevancia y alcance: la presunción de un estado de igualdad originaria”. Y agrega:
“la competencia es un ardid, una treta, un dispositivo para clasificar lo que ya viene organizado de “fábrica”, por decirlo de alguna manera. No es una práctica que ejercemos. Es una práctica que nos ejercen para enseñarnos quiénes somos y dónde estamos. Para explicarnos de dónde venimos y hasta dónde podremos tener la ilusión de llegar”. |
Funciona como modeladora de las conciencias de aquellos que deberán pensar que si no tuvieron éxito en la vida o en la escuela ha sido por su propia culpa o incapacidad. Sintetizando “la competencia es, en suma, un dispositivo disciplinador de corazones y mentes”.
“Sin educación, no hay inclusión” se ha convertido en consigna de campaña preelectoral (a la que uno puede, en primera instancia, adherir sin mayores reparos). Pero no podemos obviar que es imprescindible que los sectores vulnerados tengan satisfechas las necesidades que le permitan estar en el punto de partida en las mismas condiciones que el resto. De no ser así, en esa “competencia”, se sabe de antemano quiénes van a ser los ganadores y quienes los perdedores.
Para poder acceder al ejercicio pleno del derecho a la educación se necesitan de políticas de inclusión en los otros aspectos de la vida. Desde esa perspectiva la ecuación sería al revés: sin inclusión en otras áreas es sumamente dificultoso igualar a través de la educación. Caso contrario, seguiremos repitiendo los datos que afirman que los sectores más pobres tienen los peores indicadores educativos como si fueran el resultado de una relación directa entre pobreza y falta de inteligencia. Estigmatización que, por otro lado, es utilizada por los sectores más recalcitrantes de la política. Sectores que cuando gobernaron desfinanciaron la educación pública, fomentaron la privatización y la intervención de las ONG en educación, y estarían dispuestos en dejarla en manos de las multinacionales “especialistas” en la materia.
Pasadas más de tres décadas de la primera experiencia democrática neoliberal en la Argentina, las críticas efectuadas oportunamente a escala universal ameritan ser releídas dado que no han perdido vigencia:
“El triunfo del individualismo aporta consigo una formidable potencia de progreso y, al mismo tiempo, de padecimientos. El mercado mundial impulsa el crecimiento y destruye puestos de trabajo; permite financiar la economía, pero limita los márgenes de maniobra presupuestarios; multiplica las riquezas, pero aumenta las desigualdades hasta lo intolerable.” (Fitoussi/Rosanvallon, 2003: 14) “Económicamente, el neoliberalismo fracasó […] socialmente, por el contrario, ha logrado muchos de sus objetivos, creando sociedades marcadamente más desiguales […] políticamente e ideológicamente, sin embargo, ha logrado un grado de éxito quizás jamás soñado por sus fundadores” (Sader/Gentili, 2003: 37) “En el origen de nuestro proceso de exclusión social masiva, están presentes fenómenos internacionales, pero también de modo “específico” que han tenido las administraciones recientes (desde la última dictadura militar) de nacionalizarlos: el enriquecimiento y la especulación de sectores minoritarios de capital que sólo han sabido verlo como ficticio (despojado de su función social); la consiguiente concentración de la disponibilidad de recursos y poder, con el concomitante desarrollo de polos de miseria y de formas de democratización “restringida” (en las que los excluidos, pobres, delincuentes sin guante blanco, quedan afuera) […] el accionar combinado de mecanismo de flexibilización laboral […] y manipulación política de los sectores marginales para apoyar proyectos que terminan perjudicándolos.” (Villarreal, 1997: 12) |
Algunas afirmaciones que se desprenden de los autores anteriormente citados, ameritan ser tenidas en cuenta sobre todo por aquellos educadores que trabajan por la inclusión educativa o mejor dicho, para hacer efectivo el derecho social a la educación:
- El neoliberalismo incrementa las desigualdades sociales, al mismo tiempo que activa los procesos de concentración de
- Deviene en democracias
- Utiliza estrategias de manipulación política principalmente a partir del dominio de los medios de comunicación pero que se instrumenta minuciosamente a partir de acciones concretas en todas las áreas.
- Es la ideología dominante que, luego de un período de retroceso, vuelve a aparecer triunfante en la puja
Cierre y yapa peronista sobre los habladores profesionales
En los últimos días se conoció un informe de Naciones Unidas en el que se sostiene que “la deuda pública mundial alcanzó un récord de 92 billones de dólares” en 2022, debido al endeudamiento de los gobiernos para hacer frente a crisis como la pandemia de Covid-19. El documento agrega que son los países en desarrollo los que más sufren esta situación y que éstos “se enfrentan a la disyuntiva imposible de pagar su deuda o servir a su población”. También afirma que “en la actualidad 3.300 millones de personas viven en países que gastan más en el pago de intereses que en educación o salud. Un mundo endeudado perturba la prosperidad de las personas y del planeta”.
Para aquellos que a través de la educación buscamos elevar en dignidad, abordar la vulneración del derecho a la educación con todas sus implicancias, se constituye en una obligación ética.
Por un lado, si la potencia de los procesos económico-sociales excluyentes pueden ser más potentes que el conocimiento que se puede construir desde las escuelas en relación a nuestros derechos, sólo el conocimiento de los mismos nos permite tomar conciencia de su violación, como así mismo de la necesaria disputa por su restitución.
En concordancia con el pensador contemporáneo Enrique Dussel, que sostiene que la crisis actual se plantea en términos filosóficos entre gente que quiere dar de comer al hambriento y gente que, en nombre de principios modernos, están en contra de ese aspecto fundamental, interesándoles únicamente “alimentar el capital”, podemos inferir que esa puja, quizá descripta de manera trágica, atraviesa a los docentes en tanto trabajadores y ciudadanos, y a las escuelas como instituciones responsables de la construcción y el ejercicio de ciudadanía.
Queda en evidencia entonces, que las cuestiones a resolver hacia adentro de las escuelas son complejas, dado que trascienden el marco de las condiciones materiales a modificar, instalando sobre todo la disputa por los sentidos de las mismas.
Según las encuestas, la predilección de los ciudadanos para la próxima elección presidencial es acaparada por tres frentes. Dos de ellos son neoliberales. En los tres hay docentes expectantes por la obtención del triunfo del sector al cual adhieren. En los tres. Lamentablemente, en los tres.
A modo de “yapa” transcribo parte del Discurso de Juan Domingo Perón en el acto de proclamación de su candidatura (12 de febrero de 1946):
“Cuando medito sobre la significación de nuestro movimiento, me duelen las desviaciones en que incurren nuestros adversarios. Pero mucho más que la incomprensión calculada o ficticia de sus dirigentes, me duele el engaño en que viven los que de buena fe les siguen por no haberles llegado aún la verdad de nuestra causa. Argentinos como nosotros, con las virtudes propias de nuestro pueblo, no es posible que puedan acompañar a quienes los han vendido y los llevan a rastras, de los que han sido sus verdugos y seguirán siéndolo el día de mañana. Los pocos argentinos que de buena fe siguen a los que han vendido la conciencia a los oligarcas, sólo pueden hacerlo movidos por las engañosas argumentaciones de los «habladores profesionales». Estos vociferadores de la libertad quieren disimular, alucinando con el brillo de esta palabra, el fondo esencial del drama que vive el pueblo argentino. Porque la verdad es esta: en nuestra Patria no se debate un problema entre «libertad» o «tiranía», entre Rosas y Urquiza; entre democracia y totalitarismo. Lo que en el fondo del drama argentino se debate es, simplemente, un partido de campeonato entre la «justicia social» y la «injusticia social».” |
Nada más que agregar.
Fuentes utilizadas:
Dussel, E. (12 de octubre de 2016). Sin una descolonización del pensamiento no hay revolución. En:
Fitoussi, J.P. y Rosanvallon, P. (2003). La nueva era de las desigualdades. Buenos aires. Manantial.
Gentili, P. (2012). Pedagogía de la igualdad-Ensayos contra la educación excluyente. Buenos aires. Siglo XXI Editores Argentina.
Perón, J.D. (1946). Discurso de Juan Domingo Perón en el acto de proclamación de su candidatura (12 de febrero de 1946) En:
Sader, E. y Gentili, P. (comps.). (2003). La trama del neoliberalismo-Mercado, crisis y exclusión social. Buenos Aires. Eudeba-CLACSO.
Stiglitz, J. (2012). El precio de la desigualdad. Buenos Aires. Taurus.
Villarreal, J. (1997). La exclusión social. Buenos Aires. Grupo Editorial Norma S.A
Los datos sobre pobreza fueron extraídos de:
https://chequeado.com/el-explicador/como-evoluciono-la-pobreza-con-cada-presidente/